Al parecer, según mi madre, yo era muy tranquilo. Un niño muy tranquilo. Y muy lindo, repetía. No lloraba, casi nunca. Muy tranquilo. Mi madre, en sus ocupaciones y dedicado a mi hermano mayor, tres años mayor que yo, encomendó la tarea de cuidarme y, quizás, criarme, a una empleada doméstica. Se las llamaba de otro modo. Tengo entendido que era una muchacha joven, morena argentina, y que me quería mucho. Supongo que ella me debe haber cuidado dos años, mis dos primeros años. Contaba mi madre que esa chica, a quien no recuerdo, ni una imagen suya preservo, y de quien nunca supe nada -insistía mi madre-, me quería mucho. Ignoro si era “mi ama” de leche, supongo que no. Sé que me quería mucho, “mucho”, repetía mi madre, como si ella -mi madre-, no. Alguien, entonces, me había querido. Había sido querido. Era querible: siempre perfumado, siempre limpito, siempre callado. Un amor. Y lindo, muy lindo, decía mi madre, entiendo que como se sentía ella, que era linda. Y ahí se cruzó la historia nacional y colectiva con mi vida vulnerable vida íntima y familiar. Estalló el 45. Y la chica, esa pobre chica, chica pobre, alentada por su compañero, pidió un aumento de salario, acorde con las mejoras introducidas por Perón. Entiendo que mi padre, de la ex UCR, se negó. Y esa muchacha se fue. Lloró desconsoladamente. Lloró mucho, pero mucho. No quería irse. Me quería. Me sentía su hijo, tal vez.
AMILCAR MORETTI
Modelo: MAGA CIRCUS