DE ANDRE MALRAUX A LA COIMA HUMILLANTE EN LA CUADRERA. Yo lo experimenté; una degradación reflejada en algunas caras, algunas de seres cercanos. Alguna cara de satisfacción, de goce. No todas las caras, no todas las personas. Otros rostros, miedo. Uno, Angel, comprensión sin un solo reproche, en silencio absoluto. Yo, el apestado. Políticamente apestado. Única falta: pensar, salirse de la norma, del promedio sin excepciones permitidas.
Fue en mi pueblo de origen, donde me crié, Punta Alta, partido de Coronel Rosales, pegado a la base de Puerto Belgrano, cerca del puerto de Ingeniero White. Recuerdo haber tenido de adolescente una vecina profesora de anatomía a la que despidieron del colegio nacional porque llovieron planfletos acusándola de «comunista» tras impartir una clase de «educación sexual», algo así como «esto es un útero», «esto es un pene» (sobre esto último tengo dudas, debía ser demasiado).
Ahora están todos muertos. No queda nadie. O nadie recuerda nada. Es lo que yo cuento.
¿Qué era yo? Estudiante de literatura en Bahía Blanca, a punto de graduarme de licenciado. Me despiden del trabajo. Peor: no me dejan ingresar a la base militar donde estaba mi lugar de trabajo. Profesión: maestro. Maestro alfabetizador de adultos. Muchachos que a veces nunca habían visto un lápiz. Venían de los quebrachales, las selvas misioneras y del Chaco, arrancados de la miseria. «Falta moral» sin recuperación, me dijeron. Supongo que salvo que hiciera de alcahuete y subordinado absoluto: sentirse socialista, peronista, bastante peronista. De izquierda, digamos. «Zurdo», como recién comenzaba a acusarse. Ser «zurdo» podía significar hacer el amor sin estar casado. O estar a favor del divorcio. Cosas así eran suficientes. O poco más. Yo las había visto en Hollywood desde pequeño, el divorcio, pero aquí eran «comunistas», eso que ya no existe más, hace años. Nadie se acuerda.
Participo en una protesta universitaria contra un presidente civil, el Dr. Arturo Illia, el último gran presidente de Argentina junto a Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Después, ninguno; antes, tampoco, salvo Perón, destituido con sangre en 1955. Varios presidentes genocidas.
Un error «político» mío: nos hicieron creer que la «culpa» era del médico Illia, el último decente y nacional. Aprovecharon eso y dieron un golpe: una dictadura militar antes de «LA» dictadura militar y cívica y clerical. Se generalizó la picana eléctrica. Bueno, eso ya fue tras 1955. En los años 30 la inventan para torturar a anarquistas y miembros del partido Comunista. A muchos los fondearon en el río, de noche.
Me quedé sin trabajo; mi primer trabajo, desde los 18 años: falta de «cualidades morales»: había estado demorado en una comisaría. Hice la presentación judicial y la gané. La justicia no determinó falta alguna. Igual me dejaron sin trabajo. O no. En el Ministerio de Educación y Cultura nunca hubo nada. La escuela depende del ministerio. Me pagaba -poquísimo- el ministerio de Educación.
Pero al lugar de trabajo no pude ingresar más. Hoy tengo un montón de décadas más. Conozco los calabozos; recuerdo que tienen un olor especial. Una época buena, si se la compàra con lo que vino.
En la municipalidad, «de favor», al universitario que leía a Malraux me aprovisionan con el castigo Borges. Es célebre la humillación: Borges, como era empleado municipal, bibliotecario creo, y no era peronista, antiperonista, el gobierno peronista lo traslada a un puesto de inspector de gallinas. Creo, es lo que se cuenta. Creo que él lo repetía. O algo así.
La sanción de humillación degradación Borges. Yo, de «La condición humana» de Andre Malraux y el teatro de Ibsen y Alfred Jarry a inspector de cuadreras, que son carreras de caballos pueblerinas, de paisanos. Matungos más o menos rápidos que compiten los fines de semana. Ignoro si continúa la costumbre.
Se hacían apuestas. Había que pagar una tasa, creo, según lo apostado. Se abonaba apenas un parte de un monto ya de por sí miserable. Se «evadía». Dos pesos con 50 centavos. Para que el inspector municipal guardara silencio se le ofrecían menos de esos pesos. Si aceptaba, la humillación era total. Coimero de 50 centavos. Salí huyendo, tras -anterior y posterior- larga depresión. Duré menos de un mes en mi nuevo «trabajo».
Huí de allí. Eso, siempre, digo, me salvó la vida. Allí me hubiera hecho asesinar, hubiera hecho algo para que me matasen, de desesperación pura, más que nada. Claro, recalé en una ratonera, pero esa es otra etapa de la historia, lejos de Punta Alta.
Hace poco regresé, después de décadas. Una visita obligada y fugaz, de horas. Es lo mismo. Todos se conocen. Muchos me recuerdan. Otros, no saben. Es lo mismo.
Nada cambia, todo se conserva. O para que se conserve, debe cambiar. Es lo mismo pero diferente. U otra cosa pero lo mismo. Hice lo que tenía que hacer y de nuevo salí expulsado, esta vez por mí mismo, como esos pilotos de jet que eyectan el asiento hacia los aires cuando son alcanzados por un proyectil. Un horror. Todo un horror grotesco. Hay más historias.
Hay más historias, pequeñas, vulgares, de gente vulgar, ordinaria. Muchas historias, y personajes. Deben contarlas, contarlas. Son el grotesco o lo dramático, algunas podrían ser cómicas. Conozco a los personajes, las figuras, las personas, puedo nombrarlas, qué hicieron, qué hacen.
No sé, depende. Todo es tan feo, tan increíble. ¿Se cuenta? No sé. Depende. Es probable. Si lo merecen. Una mezcla de desagrado y goce. Divertido y triste. Extraño. Vale la pena que se conozca. ¿A ellos les vale pena? ¿A sus hijos y descendientes les vale la pena? No saben. Pero pueden saber, enterarse de quién son. Inspectores de gallinas. Todos inspectores de gallinas, muy crueles, muchos.
Después, sí, claro, conocí gente peor, pero igual a esa de los orígenes, y los que quedan, los descendientes y herederos, los iguales, hoy merecen ser contados. Es probable. Si alguien se sintiera ofendido, la ofensa, lo que no se perdona, lo único que no se perdona, tal vez. Lo dice Shakespeare, creo.
«El sufrimiento no puede tener sentido más que cuando no conduce a la muerte, y conduce a ella casi siempre…», escribe Malraux, ministro de Cultura de De Gaulle, presidente de Francia histórico, en página 52 de «La condición humana», editorial Sudamericana, 1968, Buenos Aires, que todos releen una y otra vez en el pueblo, por supuesto. Chiste, por supuesto.
3 Comentarios
Como decís, amigo, hay más historias. Y con algunos parecidos. Hace unos días debí ir a un pueblo chico de la provincia. Paré en un hotel. Bajé al restaurante confitería a desayunar. Poca gente. En otra mesa, un señor (que no conocía), con gesto amable, me ofrece un diario que ya había leído. Tomo el desayuno y leo. El señor conversa con el muchacho del bufet. Creo que hablan de algún crimen o droga que está saliendo en la tele del salón., El amable señor le dice al muchacho: «Me gustaría que vuelva Videla. Me parece que se quedó corto».
En mi estadía pude verificar la repetición de esa pulsión por matar: al que estaciona mal, al que roba un celular, al que se droga, a los jóvenes que trasnochan demasiado, a los que hacen huelga, a los gay, a las lesbianas, a todos , viejo. Creo que no se salvaba nadie, excepto los que pedían la muerte y sus allegados, claro. Pena capital para casi todos.
Regresé con la impresión -tal vez exagerada- de que los temas que por aquí discutimos sobre racismo, xenofobia, derechos humanos, discriminación, etc., por allí son fruslerías que ya tienen resueltas: palo y a la bolsa. Eso sí, casi siempre esperan que de las ejecuciones se encargue otro, que vendría a ser el gobierno y si no lo hace es malo. Tuve una experiencia geográficamente reducida, pero no creo que cambie mucho en otros lugares semejantes. Me parece que en lo que llamamos «interior» son mucho más reaccionarios y extremistas que por aquí.
Sí, en el interior casi siempre han sido más reaccionarios, retardatarios. Es propio del interior. En la Modernidad, las grandes ciudades suelen ser hervideros de ideas, y en el tal sentido, solían ser dadas al «progreso» de las ideas. (Las comillas en la palabra progreso se debe a que la idea de Progreso hace mucho que está cuestionada. Es una idea de la burguesía, del capitalismo industrial en su era de Revolución Industrial y del positivismo filosófico siglo XIX. Hoy no existe tal cosa como el «Progreso», al menos en sentido estricto y clásico. Las grandes ciudades, por ejemplo Buenos Aires, son las que votan al macrismo, que no es «progreso» en sentido clásico, sino retroceso, regresión clasista y racista (dicho sea de paso, ambas nociones muy positivistas y siglo 19).
Y en cuanto al interior, si, lo provinciano y la ruralidad suelen ser muy conservadores. En cuanto a la pulsión de matar, de muerte, que mencionás, también adquiere caracteres clasistas y racistas en retroceso y regresión (hay que volver a la idea de racismo: no hay razas, genéticamente. Somos todos «iguales», genéticamente. Pero hay racismo furibundo). No es la primera vez que sucede esto de la predominancia de la Pulsión de Muerte, desde el siglo XX, al menos. Basta recordar la Alemania nazi, unos 20 años de muerte «del otro». El «Otro» (el judío, en el caso nazi), es el que hay que exterminar. Trump parece nada más que un poco más obsceno en esa brutalidad porque la exhibe y no la oculta, al lado de Clinton y Obama, que posan de progresistas y apoyan ideas de defensa de libertades civiles, como las de las minorías sexuales, gay, lesbianas, trans, etc. Mientras, lanzaban misiles en Asia y Africa y asesinaron niños y civiles, destruyeron naciones enteras, como Libia y Siria, ambas de notable desarrollo y con clases medias amplias. Parece que esa Pulsión de Muerte no resulta antagónico del «progresismo». Digo: una generala norteamericana lesbiana puede asesinar mujeres, niños y civiles en Asia y Africa, y todo sería «progre» porque ella es lesbiana y generala. Complejo.
Yo insisto. Aquí está en juego la especie y condición humanas. Han decido que no haya 8 mil millones de humanos en la Tierra. Se perpetra un genocidio silencioso y oculto, o peor: visto pero negado. Es demasiado obsceno. Y en ese sentido creo que tanta insistencia en la diversidad sexual implica una anulación de la condición y especie humana, la acompaña. Forma parte del mismo genocidio. Es difícil, complejo, complicado. Es diferente. Aquí hay dispuesto un cambio de civilización. Hay en marcha otra cosa. Y en esa «cosa» la Muerte lleva la delantera.
Gracias por la respuesta que es un notable comentario