MIS TRABAJOS Y DÍAS

DE LAS PASIONES, DESGRACIAS Y TRAGEDIAS: FLOREAL Y GABRIEL BÁÑEZ. Postumidades del reconocimiento. Escribe Amilcar Moretti

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CARTA A VERO SOBRE GABRIEL BÁÑEZ Y FLOREAL
        Otro drama, repito. Gabriel Báñez, a quien también conocí y mantuve por décadas solo contactos aislados y ocasionales, aunque asimismo, con su intensidad. Siempre chocábamos, pero yo no sabía porqué. Y aclaro que yo no decía casi nada. Mantenía ante él una posición de observador a la manera del testigo relator de “El Gran Gatsby”. Tal vez era lo que yo mostraba o parecía desde afuera, aunque no sé qué mostraba ni qué (le) parecía desde afuera. A ver: como si él viera una máscara en mí, y yo no supiera qué máscara tenía, o bien yo creía tener otra máscara. Un poco como con Floreal, el vínculo casi “virtual” con Gabriel se convertió con los años -lo advertía- en una gran bola de nieve que me implicaba sin yo tener la menor idea de porqué, como la Ardilla Scrat de “La Era del Hielo”, todo un gran personaje a la manera de Buster Keaton y su relación con lo que llamamos realidad.
              Días pasados leí una nota sobre Gabriel en la revista “Ñ” (en digital, sin poder encontrarla (?) en la revista impresa, que compro desde su inicio), y allí el autor menciona una teoría sobre Báñez y su final, o sobre su obra. Lo que me sorprendió es que esa “teoría del drama del ninguneo porteño”, como la llamo, la escribí y publiqué yo hace años atrás.  A mí no me mencionan: tal vez el autor de la nota no me haya leído, acaso pensó lo mismo que yo en diferentes tiempos, acaso son “ideas” evidentes que flotan en el aire de los tiempos y solo hace falta que alguien las pesque, no sé.  Pero ese “drama del ninguneo porteño” yo lo percibía o interpretaba en Báñez mucho antes de escribir sobre eso, cuando vivía.  Y él dejaba entrever ese drama. Sin que él supiera (creo) que yo sabía o que me había dado cuenta, dos o tres veces me lo confirmó de modo bastante directo con palabras. Después, se suicidó.

              ¿Sabés una cosa? Siempre me pregunto en los dos casos, el de Floreal y el de Gabriel, en qué medida mi posición de observador ante ambos pudo -o no- contribuir sobre sus desgracias y tragedia. 

Ver: https://www.moretticulturaeros.com.ar/sutilezas-crueles-para-suicidar-a-un-escritor-gabriel-banez-y-la-cultura-a-siete-anos-de-la-publicacion-de-cultura/
https://amilcarmoretti.wordpress.com/2010/07/08/un-ano-ya-del-suicidio-de-gabriel-banez-lejos-de-baires/

LAS HORAS NO TAN VACÍAS DE UN SERENO NOCTURNO

Una novela de Gabriel Báñez que se adelantó a Bolaño, Busqued y Enriquez.
Reedición

Clarín.com
Revista Ñ
Literatura
11/06/2020 – 14:28
Santiago Bardotti

Si tomamos al pie de la letra la contratapa del libro de Gabriel Báñez, Hacer el odio, se trataría de una novela de género: aquellas novelas que retratan “cómo el poder represivo se internaliza en personajes anónimos y lo reproducen desde la cotidianidad”. Sucede que cuando estamos en presencia de un escritor, los encasillamientos estallan rápidamente.

Hay sí un aire de familia con otras ficciones excéntricas y perturbadoras: Estrella distante y La literatura nazi en América Latina, de Roberto Bolaño, Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, y por qué no Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez.

Si nos atenemos a las fechas, Báñez fue un precursor. La novela fue publicada originariamente en 1984, Báñez era un joven de 33 años y la dictadura era una realidad tan reciente que todavía se estaba yendo. Con Busqued y el Bolaño de esas primeras novelas comparte también la circunstancia de tratarse del esfuerzo de un escritor casi anónimo. Una condición que tal vez lo acompañó toda su vida y que él mismo llamó (recordado por Martín Kohan) “vocación de escritor desapercibido”.

¿Qué podría emparentar a todas estas novelas políticas? ¿La banalidad del mal? ¿La perversión? ¿La megalomanía? La Oscuridad, diría probablemente Mariana Enriquez, que tiene la última palabra.

El protagonista de Hacer el odio es un antisemita de poca monta; la única clase de antisemita después de todo. “La última pregunta que recuerdo de ella fue si yo era antisemita”, empieza sin más la novela, como diciendo que aquí no se va a esconder nada. El personaje sabe de su ruindad, y no trata de esconderla, se entrega a ella como una fatalidad. Probablemente lo sea, se contesta casi de inmediato. Entonces sabemos de inmediato que ese no es el punto.

Hay algo que hace ruido positivo en esta novela con tantos ecos rioplatenses. Todo es disonante pero un hilo entrelaza mundos aparentemente disímiles. Perturbador es cuánto se parece la vida de estos personajes oscuros a la de un escritor en ciernes. El deambular, las horas vacías, la tristeza, la vocación para espiar vidas ajenas, la fascinación por lo oscuro y la decisión (o el deseo) de enfrentar lo que lo demás huyen. Escritores, algunos al menos, cerca de la academia pero por siempre rechazados. Recibidos siempre tardíamente con un abrazo de oso que legitima lo que ya no lo necesita.

El personaje central es un sereno nocturno de una universidad. Como Roberto Bolaño, que durante años rumió sus novelas siendo sereno en un camping perdido en Cataluña. No es tarea para muchos el lidiar con lo insoportable.

Una novela sencilla que se lee de un tirón, inquietante, con una ironía lejana que no se puede disimular. Gabriel Báñez nació y vivió toda su vida en La Plata. Con La cisura de Rolando obtuvo el Premio Internacional Letra Sur en el año 2008. Dos años antes había publicado la novela Cultura. Un año después se quitaba la vida en su propia casa.

Hacer el odio, Gabriel Báñez. Mil Botellas, 160 págs.
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/horas-vacias-sereno-nocturno_0_AF_74dbg-.html

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