MIS TRABAJOS Y DÍAS

Desear la (mí) Muerte del Otro. Tiempos de Odio. Por Amilcar Moretti

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VER: https://amilcarmoretti.wordpress.com

(La imagen de tapa fue compuesta por AMILCAR MORETTI. Buenos Aires)

Escribe
AMILCAR MORETTI

                  Semanas atrás me desearon la muerte.  Hoy domingo, la misma persona, reiteró ese deseo suyo, que sin duda la acosa. Las dos veces lo hizo por chat digital, y con mucho énfasis, con un rencor que no dejó de llamarme la atención.  La primera vez lo conté en Instagram y quitaron ese primer enunciado: el deseo de muerte (la mía) por otro. Parece que la sola mención de la Muerte resulta tan subversivo e inabordable como un pezón femenino, y que ni siquiera se tolera una referencia a ella, quizás en especial si es el deseo explícito de la muerte del Otro. No conforme con trasmitirme su resentimiento, me advirtió que ya me fuera arrojando tierra encima en mi fosa, la que ella imagina, claro. Me sorprendió la vehemencia de su deseo. También, en el inicio, lo inesperado de su comunicación del Deseo de (mi) Muerte. Estos son tiempos de siembra de odio, pero en un vínculo de dos años en el que no se advirtieron indicios claros de dicha pulsión mortuoria, no deja de sorprender una tan larga acumulación de resentimiento sin que siquiera pudiera sospecharse en el sentido y significado de algunos detalles del remitente.

               Desear la muerte de otro y hacérselo saber indica, para el que desea, la adjudicación de notoria importancia a quien debe «morir». Odio, es lo más notorio. Obviamente negado: se sabe, «nadie odia». Todos estamos por la pulsión de vida y …el Amor. En tren de desvincularse de deseos y afectos repulsivos como el Odio, la deseante digital -repito, conocida desde hace dos años- intento atenuar su sentir y aclaró que no era odio sino asco. Me recordó «La naúsea» (1932), de Sartre. Pero esa náusea es existencial y metafísica, se vincula con las profundidades del ser humano, en cambio el asco suele ser físico. 

                    A muchos les producen asco los pobres y la sensorialidad que los rodea muchas veces. A otros, los homosexuales y lesbianas.  A otros la vejez les produce «asco». Puede vincularse  con el miedo al propio e ineluctable futuro. Envejecerán y morirán. El asco hacia el futuro inevitable es el Horror a terminar vacíos, locos/as como sus madres, o bien con el sentimiento de haber vivido en vano, la certeza de que nada de ellos ha de perdurar en alguna memoria próxima o lejana. Los legados simbólicos-existenciales son herencias culturales que suelen transmitirse en silencio -incluso a través de olvidos- y aparecen en sitios y conciencias inesperados. Recuerdo un alumno de mis clases de cine, hombre maduro, avezado psicólogo, que ante alguna duda mía sobre le efectividad de lo expuesto en las clases, me repetía: «Vos seguí arrojando semillas, seguí sembrando que nunca se sabe dónde brotará la flor».

Dije que la «náusea» sartreana es otro asunto. Escribe el francés: «Las hojas anchas estaban negras de bichos. Detrás de los cactos y las higueras, la Velada de la noche del jardín señalaba su sexo con el dedo. «Este jardín huele a vómito», grité» (1).  Esa náusea reflexionada es moral y existencial. El odio de mi remitente deseándome una muerte pronta me produjo la olvidada sensación de extrañeza frente al otro, al otro que se supone conocer. Se sabe, el Infierno es el Otro. O el Infierno es uno, cada uno. Pero el Asco es por sí mismo. Por la vida llevada, padecida, ocultada. Y creo comprenderlo.  

(1) Pág. 71 «La naúsea». Jean-Paul Sartre. Editorial Losada. Buenos Aires. 1960.

 

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