El apogeo visual de las selfis las ha convertido en un síntoma de la disolusión del amor, del amor sexual o de la eroticidad orgásmica del amor, no muy antigua por cierto. Las selfis, no solo femeninas, es verdad, pero con notable preponderancia femenina. Una suerte de celebración de la masturbación, digámoslo, de la paja argentina. Hay naciones desarrolladas, del norte, que celebran el «día de la paja». Y otras, o las mismas, han reactivado la presencia de la abstinencia evangelizadora, casi como un modo de lo vegano. Las selfis digitales de los teléfonos celulares pueden ser la actualización del retrato renacentista, o del primer plano que inventó Griffith hace cien años para el cine. Pero más que nada son la ceremonia del encierro en sí misma de la humana femenina, sobre todo, pero también del otro lado, el binario, el opuesto, el masculino del varón. (continúa)

La paja nacional mundial hace tiempo que no es solo carencia del varón sino ausencia y miedo, de la mujer y en la mujer, a la heterosexualidad. Hasta no hace mucho algunas chicas dedicadas a fotografiarse -o hacerse fotografiar- desnudas o semidesnudas (en general con una giratoria centralización en culo-tetas) agraviaban con el descalificativo «pajeros» o «pajerillos» a sus débiles seguidores. Hoy el (des)calificativo ha dejado de funcionar de forma unidireccional. Las pajeras también son mujeres. Las mujeres también son pajeras. Si en el siglo XIX victoriano la anorgasmia o frigidez femenina encabezaban una expresión de la histeria, en el siglo XXI el dildo o vulgar consolador se ha convertido en el sustituto del pene. (continúa)
Modelo: Meli

Extraño y curioso proceso éste del empoderamiento de la mujer (ese «empowerment» bajado de los Estados Unidos) que, intermedio mediante de aislamiento y cuarentena de la pandemia Covid, ha convertido a la paja en una forma de venta del cuerpo femenino como mercancía. Cuerpos virtuales, no reales, no de carne. Cuerpos que se alucinan a sí mismos como un enclaustramiento narcisista pajero. El tipo, el llamado macho alfa o el común varón masculino, ha perdido aún el poder de la mirada. La mirada sobre el objeto de deseo mujer se ha convertido en aburrimiento, hastío, noia, al decir de los italianos décadas atrás. Se diluye el coger, el coger heterosexual gozoso que, repito, -tal vez por eso mismo- continúa siendo la cuestión central, crucial, de la sexualidad de estos tiempos. No es la diversidad sexual lo crucial, lo es sí la heterosexualidad lúdica en vías de perderse. Un procedimiento paralelo a la planificación mundial de despoblar propia del capitalismo sin producción -por así llamarlo- que se reaticula como nuevo feudalismo.
AMILCAR MORETTI