LILIANA QUEVEDO. Una buena muchacha, serena, con una tristeza que parece persistir en su vocación de disminuirse. Tiene 40 años y un cuerpo deseable. Hace un año se presentó para trabajar en mis sesiones de desnudez. en ese momento no la contraté pero lo que me había escrito hizo que nunca la olvidase. Estuvo este martes en casa, para sesión: pies juveniles, pechos de adolescente y unas pantorrillas que, con tacos, uno escucha pasar sin poder dejar de girar la cabeza para mirarlas, al menos aún yo -como Bertrand Morane (el irremplazable Charles Denner de Truffaut). La carne de todo el cuerpo de Lilín, como la llamo, es de una blancura que ya no existe, que pocas veces veo, aunque cada vez más, como recuperación de aquel valor destacado por los simbolistas, modernistas e impresionistas del el encaje negro sobre los pechos de nieve, antes que se impusiera la dictadura higienista de la helioterapia (sanación por el sol) en el siglo 19, deforme en la «tanorexia» (adicción por el sol, lucir maníacamente bronceado todo el año), con sus conocidos efectos cancerígenos, de envejecimiento, virus y herpes. El lunes, ya fastidiado de histerias y falsedades de desnudas veinteañeras -en lo que persisto, para corroborar mi neurosis repetitiva-, decidí llamar a Lilina. Y Liliana Quevedo al día siguiente estaba en casa, puntual a las 12, la hora, decidida a lucir su belleza blanca y rubia pelirroja. Sucede que Lilín, aunque con cuerpo adolescente, es aún una niña en muchas cosas. Aunque ya no parece rígida en melindres. (AMILCAR MORETTI)











Modelo: LILIANA QUEVEDO DE LANÚS. Lilín.

Todas las noches antes de dormir dedico
un pensamiento a San Francois Truffaut
