Sofía Destéfanis.
Escribe
AMILCAR MORETTI
Ver las acciones y resultados de Sofía repusieron en mí la cíclica y fastidiosa idea de no querer siquiera imaginar lo que va a ser si ganan los macristas o similares y termine el ciclo de Cristina. Me digo, con verdadero miedo: si ahora es así, el retroceso y recidiva de la infección hoy -solo ocasionalmente- macrista va a generar un altísimo grado de sufrimiento, no solo material (ausencia de trabajo y cierre de fuentes laborales, entre lo más cotidiano) sino sobre todo emocional colectivo. Un padecimiento en la subjetividad afectiva societal que, por añadidura, para intensificar su grado sacrificial, vendrá con un aterrador grado de desconocimiento y ausencia de percepción -desconocidos hasta hoy, impensables- que harán que un buen sector de la mayoría de los ciudadanos o consumidores lo tome de modo tinelliano. Lo canalla y envilecedor de lo que antes llamábamos alienación, solo que de modo desapercibido y hasta festejado, tanto que tamaña miseria subjetiva hará sentir segura a mucha gente, tan así puede ser el despeñadero amenazante en ciernes.
Sofía, no Loren, claro, sino una chica de Ciudad Choronga. Relato el episodio porque muestra el trastornamiento generado por el grado de confusión entre la pulsión tinelliana y lo real del entorno urbano en el que actúa la víctima y protagonista, en este caso Sofía, a manera de una Emma Bovary de provincia de ingenuidad notable. Sofía, de 26 años y profesora de educación física en establecimientos educacionales, bonita, se postula para la propuesta de la convocatoria actual de EROTICA DE LA CULTURA en mis sesiones de fotografía de autor en desnudez femenina. Si bien no responde a la principal exigencia, tener una estatura mínima o aproximada a 1,70, es de suponer que le parecen atractivos los 1.200 pesos de honorarios con contrato escrito. Pero, conjeturo, la moviliza otro asunto: desnudarse, exhibirse desnuda, y para ello elige un espacio que la vincule a la cultura seria, como yo propongo. No sé si actúa de modo único el goce de exhibir su cuerpo, atractivo es probable, o la posibilidad de acceder a ciertos espacios que desde su territorio gimnástico y docente nunca alcanzará.
Esta Sofía, que veo repetirse con frecuencia hoy en otras jóvenes, se mueve a manera de una provinciana Emma Bovary ante la cual yo no soy el ejecutor sino que lo es el propio sistema mediático y publicitario. Es obvio que no hay nada reprochable en el desnudo en el arte, un género de larga herencia, por cierto, originario. Una variante, acaso la más distorsionada, es la desnudez mediática de hoy. A esta parece pertenecer Sofía, que me invade, me quita energía y tiempo, me malgasta, no me respeta, actúa sin responsabilidad para conmigo y ella misma, y luego huye, desaparece, se evapora tres o cuatro horas después de generar en mí una situación de compromiso intelectual y emocional, además de la inversión en dinero que, entre otros factores, implica que prolongue dos días más de hospedaje en una suite de un hotel de buena categoría en San Telmo.
A simple vista clínica, Sofía cae en un acto histérico, que sabrá ella hasta donde reproduce en todos los aspectos de su vida privada y social, para con los demás y para consigo. Pero hay en eso, en gran medida personal y suyo propio otro asunto que implica toda una cultura, un modo de ver las cosas y actuar sin mediaciones que suponen alto grado de confusión y desconocimiento de su entorno inmediato y de la sociedad toda. Sofía acciona por «acting out» puro, sin reflexión previa, procedimiento que observo en muchas chicas y que es estimulado por la cultura mediática botinera. Y lo observo cada vez más de manera preocupante, inquietante tanto por lo que implica como vulnerabilidad frente a estímulos mercantiles (de mercado, en que se compran y venden cuerpos, personas, aún -o sobre todo- en el plano simbólico), como por lo que permite avizorar como preparación de futuro. Reflexiono: si con ellas mismas actúan con tal desaprensión y ausencia («soy colgada», suele ser la coartada repetida), es de imaginar con temor cómo han de actuar frente a las cuestiones esenciales del país. Votarán a un macrista, o algo del tipo.
Lo de Sofía no es un simple incumplimiento o «juego» adolescente, no es tampoco el legítimo ejercicio de gozar de y con su cuerpo, lo que -lo último- no tiene nada de reprochable sino todo lo contrario. No se trata de eso. Se trata de que, como si fuese una de sus alumnas púberes, no solo ignora su entorno inmediato sino que va y «pide permiso». Más claro, solicita autorización, según me cuenta, a las autoridades de uno de los colegios en los que enseña. Es de imaginar la reacción de los directivos. Al parecer primero lo «aceptan» (juegan el simulacro de la libertad y madurez), pero a las pocas horas le comunican, como era previsible, que la aparición pública en situación de desnudez es incompatible con su función docente y laboral.
Es difícil comprender cómo se puede no suponer dicha reacción, y hasta «incompatibilidad», en un hecho que -aclaro por las dudas- no guarda nada de reprochable desde lo moral. Además, según me comenta ella, sorprendida y al parecer indignada, las autoridades derivan la responsabilidad a la posible -y factible- actitud de rechazo que generaría en los padres de los alumnos, seguramente pagadores de una renta de educación privada. Imagino que muchas de esas personas deben considerar una buena inversión a sus hijas casadas con empresarios o futbolistas adinerados tras su aparición en desnudo o semidesnudo en tapa de una publicación semanal de alta distribución. Es una situación común y aceptada desde hace tiempo.
A la mañana Sofía me confirma su asistencia a la sesión de autor de fotografía en situación de desnudez. Cerca de la medianoche me escribe, quizás angustiada, para contarme lo sucedido tras su «pedido de permiso» infantil. Avergonzada me pide que lo hagamos con ocultamiento de su rostro y, por supuesto, de su identidad. Accedo más que nada por el mecanismo de esfuerzo e inversión ya puesto en marcha, sin contar aún con lo que denomino lucro cesante y frustración que me produce un intenso desgaste emocional. Accedo aunque nunca he trabajado en esas condiciones pese a que me lo solicitaron varias veces y hasta han ofrecido pagarme en lugar de abonar yo los honorarios. Algún día contaré al respecto. En fin, entregado, desilusionado, acepto y lo tomo como un desafío intelectual y expresivo, sin que me gusten las «mujeres descabezadas», como las llamo.
Le hago notar que ya es tarde, medianoche, y que me siento muy cansado, que me voy a dormir. A la mañana temprano encuentro un mail en el que ratifica por escrito su asistencia a partir de las 13. Difícil imaginar para el que es ajeno el desgaste de atención e imaginación que significa para mí pensar posibles escenarios en la suite y cuáles serían las formas más intensas y expresivas de esta desnudez «descabezada», a la que debo además retribuir con dinero. Aclaro que para evitar el compromiso no deseado llego a disminuir la paga, en principio -y también- porque Sofía no cumple los requisitos que solicito públicamente.
Por supuesto, Sofía no se hace presente. Tampoco avisa. Desaparece. Cien veces me he prometido no trabajar con gente de Ciudad Choronga, y cien veces he concluido con un disgusto. En ocasiones, fuera de las sesiones, he intentado hablar sobre algún tipo de vínculo con alguna modelo. El asunto, hablado, planteado siempre fuera del contexto estrictamente fotográfico, me ha generado más de un dolor de cabeza y disgusto. Me refiero a la misma situación de simple conversación y atracción que puedo sentir en una reunión social, en la carnicería o en la vía pública por una mujer atractiva. No tengo porqué negarlo: me atraen las mujeres bellas y jóvenes. También algún día hablaré sobre esta situación, al parecer, de «ofensa». Como el personaje de Truffaut («El hombre que amaba a las mujeres»), soy de aquellos capaces de morir arrollados por un auto al girar la cabeza para mirar unas nalgas en jeans ajustados o simplemente al escuchar el taconeo de stilettos en la calle en primavera. Herencia de mamá.
No veo nada reprochable en decirle a una mujer que es atractiva, o que me siento atraído por ella, siempre fuera de la vulnerabilidad que puede implicar para algunas mujeres la situación de desnudez. Siempre, siempre durante mis sesiones de fotografía de desnudo evito mirar a la modelo sin ropas, salvo a través de la cámara. Muchas veces, después de una agotadora sesión de horas, he hablado con ellas que, ya en seguridad, permanecen largo rato desnudas. Es difícil de creer para el que no está en el tema. Pero hay un argumento irrefutable: no puedo fotografiar a una mujer desnuda si la miro como varón masculino fuera del visor de la cámara. Muchas pero muchas veces descubro detalles salientes de su cuerpo semanas después al repasar las imágenes para su edición y publicación.
En fin, más allá de mi estado de desgaste y frustración, de sentirme profundamente desconsiderado por no ser avisado ni informado de la ausencia por la razón que fuese, lo que me alarma es el estado social-moral del presente estado de la cultura, que genera situaciones como la relatada, frecuentes por cierto. Una herencia de la dictadura militar y de la década menemista, con su mezcla de moralismo y censura y cultura botinera. Es desde allí que temo por un futuro que me parece se prepara y ha de imponerse de modo absoluto si el gobierno de Cristina es reemplazado por una recidiva del tipo macrista, que parece tener serias probabilidades. Es lo que yo llamo un nuevo suicidio del destino latinoamericano. Es difícil en esos casos recuperarse de la frustración y derrota, más aún si son producto de elecciones autodestructivas colectivas.
En San Telmo, suite quinto piso, ciudad de Buenos Aires. Viernes 12 de setiembre del 2014, a las 20,15 hora argentina.
(…y Sofía, perdoná la bronca, no es contra vos más allá de las pérdidas de energía y dinero que me ocasionaste. Esto lo escribo, ya más distante, el lunes 15 de setiembre del 2014 a las 20,45. Y te repito, si tenés problemas, no dejes de avisarme. Y te lo digo sin haberte visto nunca ni saber siquiera quién sos o si existís).
Como en las ilusionadas fotos que me enviaste aparecés muy linda, te «dedico» (más abajo) el bello y profundo tema de dos maestros, Brad Mehldau en piano y Pat Metheny en guitarra: «Encuéntrame en tus sueños» (Find Me In Your Dreams). El «encuéntrame», piénsalo así, se refiere a tus deseos de ser fotografiada bellamente, que -es seguro- alguien podrá hacer no muy lejos en el tiempo. La mujer bella como vos que aparece en el video es Laetitia Casta, fotgrafiada por Vincent Peters, Mario Testino y la gran Annie Leibovitz. Laetitia Casta aparece con Richard Gere en un detrás de escena de «El fraude» (Arbitrage), película del 2012 dirigida por Nicholas Jarecki que seguramente has visto.
EROTICA DE LA CULTURA agradece como siempre el aporte que que YOUTUBE y sus colaboradores hacen a la cultura mundial.
Publicado el 11/7/2014
Pat Metheny & Brad Mehldau – Find me in your Dreams
Laetitia Casta photographed by © Vincent Peters, © Mario Testino and © Annie Leibovitz. Laetitia Casta and Richard Gere behind the scenes of Arbitrage, directed by Nicholas Jarecki.
From Metheny/ Mehldau produced by Metheny and released on September 12, 2006
Label – Nonesuch
Pat Metheny – guitars, guitar synths
Brad Mehldau – piano
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This upload have the purpose of promoting a fine piece of music and photography and has no commercial purpose.
Find Me In Your Dreams (iTunes)
Artista
Pat Metheny
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