Durante varios días las policías de Argentina de una docena de estados provinciales anunciaron su ausencia de vigilancia de la vía pública. El reclamo hecho conocer fue de aumentos salariales. Al mismo tiempo, en algunas zonas urbanas comenzaron a producirse saqueos de supermercados y locales comerciales, con un detalle distintivo: en muchos casos, los coincidentes y en apariencia espontáneos depredadores se llevaron no tntos alimentos o mercaderías de primera necesidad sino electrodomésticos y otros productos de consumo intermedio, de considerable precio, como televisores LCD. Hasta aquí los hechos visibles, notorios y notables, todo frente a numerosas cámaras de televisión de grandes medios que, en general, coinciden con su oposición al gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner. Las motivaciones, circunstancias, oportunidad, sucesión coincidencias no quedaron del todo claras para el gobierno y un amplio sector de la población, que desconfiaron y sospecharon.

Escribe
AMILCAR MORETTI
Jueves 12 de diciembre 2013
Buenos Aires-La Plata
¿Es posible en lo inmediato hacer una descripción (revelamiento más
que análisis) «semiológica» de la foto (ver arriba) que el martes pasado, 10 de diciembre, ocupó la mayor parte de la portada del diario «Página12» de Buenos Aires, de apreciaciones favorables a los lineamientos generales del gobierno kirchnerista? En teoría, según algunas opiniones, sí, es posible intentar ese «análisis» semiológico «objetivo», distante, sin adjudicar intenciones a los personajes -así vale definirlos- de la escena gráfica, como si fuese una imagen fija de un conflicto escénico dramático teatral o cinematográfico. «Personaje» no lleva aquí ninguna carga de subestimación: me refiero a los oficiales reales (del mundo real) como si fuesen intérpretes de un rol asignado en una pieza de ficción (que en verdad tuvo lugar en el plano de realidad fáctica).
Se sabe que todos «actuamos» en la vida (real). No solo cumplimos una acción, una actuación, un hacer para vivir lo cotidiano: levantarse de la cama, higienizarse, ir al trabajo, comer, estar en casa, descansar. Actuamos, todos: nos ponemos en acción, ejercemos actos propios de nuestra naturaleza y funciones propias de oficios o cargos, producimos efectos sobre otros o algo, obramos y realizamos actos libres y conscientes, y también interpretamos -podemos- papeles de una obra teatral o cinematográfica. Agoto así las acepciones de «actuar» del Diccionario de la Real Academia Española. Mi intención primera va por el lado de la última acepción académica: interpretar un papel, un rol en una dramatización. En este caso captado en una imagen de Télam, la tradicional agencia del estado argentino, en general dedicada a difundir actos de gobierno.
Aclaro que yo no creo que dicho tipo de «análisis» semiológico sea posible. Además, contradice mis criterios analíticos, también los relativos a la semiología de la imagen. No se trata de adjudicar a priori intenciones a los personajes y la situación registrada. Dentro de unos años, un lector-espectador no enterado de esta actualidad podrá hacer otra adjudicación de «intenciones», o bien ninguna. Pero, igual, comienzo. Sé que voy a fracasar, porque voy a derivar prudentemente hacia otros sentidos y significaciones.
La foto en cuestión tiene una puesta en escena lograda, que hasta pudiera parecer preparada. Seguramente no fue así: simplemente, los policías en «huelga», en círculo mientras tomaban mate y comían facturas o masitas (creo advertir a varios con la boca ocupada, al tiempo que tratan de ocultarlo mediante el cierre de los labios, ya por cortesía, ya por coquetería, ya por no aparecer en estado de ocio). El primer policía a la derecha, de alta figura, con rostro relajado y algo altivo (levanta un poco el mentón y mira hacia abajo al fotógrafo), tiene un termo en su mano derecha. En la muñeca izquierda creo que luce una pulserita roja. Estaban en círculo mateando en desayuno o merienda de media mañana y fueron sorprendidos por el fotógrafo, que se les acercó y en sentido relativo los tomó de forma inesperada, aunque supieran que podía pasar. Y abrieron el círculo de modo espontáneo. Se dejaron fotografiar y posaron frente a cámara: no aparecieron como guardia de inescrutables granaderos.
Quedó entonces un semicírculo, casi, más alargado que circular en forma de huevo hacia el fondo. En el medio, como personaje central, un oficial se da media vuelta, se pone de costado, lateral y mientras mastica, creo, con la boca cerrada, baja un poco la cabeza y mira fijo y muy serio al espectador, al lector, en fin, al fotógrafo, al objetivo de la cámara. Posa. Actúa. Repito, todos actuamos en la vida cotidiana. A veces, hasta representamos algunos roles, conciente o inconscientemente. De forma deliberada o espontánea, por costumbre o disciplina, por «entrenamiento». Si se presenta un «testigo» ajeno a lo cotidiano, y más aún una cámara, entonces, actuamos «más».
Está probada y recontracomprobada esta situación: la cámara y el tercero ajeno (el «otro» de afuera) interfiere en la naturalidad del filmado o fotografiado. Somos conscientes de la cámara, notamos que alguien nos mira y deja un registro. Se producen cambios en mayor o menor medida. «Actuamos más», «interpretamos más». Le sucede a los actores profesionales de teatro y cine: ante el público o cámara «componen» un personaje. Actúan, representan, lo que no significa que mientan. No mienten. En su forma de expresar la verdad, su verdad, que se cuela a través de sus máscaras y personajes, sus posiciones, movimientos y miradas, sobre todo en las miradas. Si se nota que actúan, es que los actores -profesionales o gente de la vida real- «actúan mal», dicho de otro modo, fingen. Si parece «real» es que actúan bien. El cambio en el observado es el efecto de la cámara. El efecto del observador. Toda una teoría epistemológica explica hasta el hartazgo que el observador científico incide sobre el objeto observado, a veces con su simple imaginación o deseo. Dicho de otro modo: mira lo que quiere mirar, observa lo que puede observar, advierte lo que está preparado para advertir. El verdadero creador, genio de la ciencia o filosofía, es el que advierte lo que no está preparado para observar y que ni siquiera imagina que va a observar. Allí es cuando se descubre algo nuevo: la manzana de Newton que le cae en la cabeza mientras lee debajo del árbol. ¿Eh?
El personaje central gira y mira al lector, a cámara. Nos mira a nosotros, a todos. E inquieta. A mí me produjo cierta inquietud su máscara. No le adjudico nada, ninguna intención en particular, tal vez sea solo el resultado del giro rápido de su cuerpo, su postura de costado y el gesto de la boca al cerrarse antes de tragar. Pero igual: algo en la mirada, tal vez su fijeza, que acaso no signifique nada salvo el congelado de un instante y que luego esa mirada se haya dirigido hacia otro lado. Es posible. Acaso sea el gesto de bajar un poco la cabeza o el mentón y mirar casi casi para arriba aunque vaya dirigida al medio, al centro. En su entorno hay seis policías, de uniforme, una de ellas, al fondo, a la izquierda, es mujer, mujer policía. Tiene un toquecito desafiante, sin agresividad, un leve comienzo de sonrisa. Hay un séptimo, aparentemente, medio cuerpo detrás de la figura del policía centro de escenario. A la derecha al fondo hay un hombre alto vestido de civil, con chomba a rayas, presumiblemente policía también. Las manos en la cintura, la mirada hacia un costado, según aprecio, como si ignorara.
Todos son hombres altos, de considerable estatura, salvo uno y la mujer al fondo. El primero a la derecha, el que sostiene el termo según creo, mira fijo, como todos, menos dos, el ya mencionado de chomba a rayas y otro cruzado de brazos, a la izquierda, que mira a su frente, quizás más allá del círculo, en actitud ajena. Este último hombre está bien parado, firme, con las piernas abiertas y las botas negras de caña bien lustradas, brillantes. Es de caballería. Vuelvo al primero de la derecha: tiene un rostro seguro y relajado, como orgulloso de su situación. Es probable que sea así: lo suyo es púbico y no se avergüenza: al contrario, desea mostrarse, como todos sus compañeros. Las cámaras son uno de sus principales aliados e instrumentos de presión: meten miedo en el público y avisan a las autoridades lo que puede venir o derivar, venir saqueos (en general, estimulados, ordenados, organizados, pensados) y derivar en amotinamientos más graves y prolongados. No veo jactancia pero sí cierta tranquila vanidad, seguridad. El policía que está detrás suyo, aparenta una actitud más pícara o divertida: quizás porque tiene la bolsa de galletitas o facturas en la mano o se relame el dulce de la comisura izquierda. Al hombre de civil ya me referí. Todos están en peso, en buen estado físico, parece. No hay panzas.
A la izquierda, la actitud es distinta. El primero mira con cierta fiereza, presiona sus labios, traga quizás. Es más duro en el gesto. Está tomado desde abajo y es alto: tiene aire de sentirse fuerte, ganador, por así decirlo. Mira fijo. El que sigue, más bajo de estatura, creo que tiene las manos cruzadas atrás y luce más tranquilo, más tibio, no amenaza ni sugiere nada inquietante. Sigue el personaje de las botas lustrosas, con un brazo cruzado sobre el antebrazo del otro, también come, creo. La mujer policía, ya dije, mira con un toque de audacia o desafío. Se comprende: es única mujer entre varones, mujer en un mundo de machos. Lo canchero es casi indispensable e imprescindible para ella, o ellas, las mujeres policías, para que no les pasen por encima como alambre caído.
Pero es el oficial del medio, del centro de la escena el que llama la atención: la mirada se fija en él. Y él fija la mirada en nosotros, ciudadanos comunes, civiles, sin uniforme, sin organización, sin armas, sin entrenamiento bélico. Sólo lectores, o periodistas que hacen relevamientos «semiológicos». El personaje central resume o concentra la idea de la acción-motín policial-reclamo salarial: el medio giro del cuerpo, de costado, como si no valiera la pena más en la ocasión, pero sobre todo la mirada fija, fría, muy fija, un poquito -según veo ahora- de arriba hacia abajo. Abajo estamos todos, la ciudadanía. ¿Se advierte? Este puede ser un detalle semiológico, de forma, pero que significa cosas, dice cosas muy claras. Nosotros, ciudadanos, lectores, priodistas, abajo, un poco abajo, o en nivel demasiado desparejo. Y un detalle más, inevitable, porque es natural que aparezca: la pistola en la cintura del personaje central. La pistola, bien clara y bien colocada, aunque debo reconocer que el primero a la derecha la calza en la cintura un poco más al centro, como apenas cruzada en diagonal. En los westerns -las películas de cowboys- que veía cuando era niño solo los pistoleros muy peligrosos o diferenciados llevaban sus Colts 45 o Náuticos medio inclinados en diagonal, más cerca del centro de la cintura, y si es posible dos, uno a cada lado. El héroe, el «muchachito» tenía Colt 45 con empuñadura de cachas blancas. Aquí no hay cachas blancas, pero pudiera haberlas habido como las del 45 del general Patton.