De Nina, la gata, solo puedo contar, imaginar, suponer. Llegó una noche, madura pero joven. Inquieta, se notaba que su crianza con chicos en una familia numerosa y bullanguera. “La trajo la inundación”, supusieron cerca mío. Tanta fue su insistencia (eso hoy tan cuestionado para conseguir una clase de amor, cualquier clase amor) que, después de tres días, comenzó a formar parte de la casa, de la familia, pese al retraimiento de Susta Gómez, gata Reina hasta ese momento.
Nina fue madre tras grandes retozones en el techo de chapa de zinc caliente y, cuando sus hijas e hijos ya no estaban, una buena (mala) noche, desapareció. Me dicen que vino a realizar su cometido -curar el cáncer de Cristina- y que, cumplido, se hizo aceptar en otro hogar en que la necesitan.
Es linda la historia, ver así el suceso de su transcurrir junto a nosotros. Otros, hoy, me preguntan, intrigados: “¿Viste Amílcar que los gatos desaparecen?” Prefiero no pensar en eso, presiento su sentido. A mediados del siglo XIX hubo en París una gran matanza y cacería de gatos.
AMILCAR MORETTI
Imagen compuesta por AMILCAR MORETTI, hoy a la tarde, 23 de octubre del 2019. El día del registro llegaron las dos juntas, Florencia y Nina, o Nina y Florencia. Solo que Nina, la gata, la segunda gata de la casa después de Susta Gómez, así como llegó un buen día se fue. Ya les cuento. En mi hogar, en La Plata, al sur de Buenos Aires.