Sorprende en su aparición con un cráneo rapado y un rostro puro y liso, terso, sin manchas ni interferencia en la llanura blanca de su piel. 1, 70 de estatura más tacos agujas que le infieren a su cuerpo voluptuoso y a la vez grácil una categoría aún más ascensional. No hace mucha historia las Apariciones de la Hembra Humana. La hembritud siempre lo desconcierta al Fotógrafo. Al repasar las páginas de «Balada del álamo Carolina», el libro de Haroldo Conti -recordaba hace días atrás- regalado por el periodista y antiguo amigo Amílcar Gamaler Rodríguez, se presenta el anónimo poema japonés adecuado a esta hoy nueva piba que trajo consigo un esplendor de extraño verano otoñal:
«Ciruelo de mi puerta
si no volviese yo,
la primavera siempre
volverá. Tú, florece.»
(LARRY VUCKOVICH es un yugoslavo nacido en 1936, en Kotor. Dedicado al jazz, ha sido un estupendo pianista de jazz, de intensidad y ritmo, afincado en los años 50 del siglo pasado en San Francisco, Estados Unidos, para pasar luego largos años en Alemania. En los 90 volvió a USA a la hermosa ciudad de la Costa Oeste).
A estas vulnerables chicas recubiertas de «actitud» (como se dice ahora, en fraude) arrolladora, las persigue la propia tensión de la sospecha y suspicacia de pupilas de cortesanas, de las que desean diferenciarse y realmente se diferencian, porque son otra cosa y cumplen otra tarea en la que, la sexualidad (como conceptuación) tiene que ver, sí, pero sin implicar necesariamente la genitalidad. En el espacio clínico de la sesión de arte y fotografía no cabe la genitalidad. Hay algo transferencial que sí es comprensible que se viva fuera de ese territorio o espacio, como sucede en cualquier otro.
En el fondo, estas chicas a las que aludo se niegan a sí mismas su actividad aunque, en público, declaren que no y hasta les sirva de supuesto orgullo liberalizante y emancipado, y en la intimidad muestren su desnudez con soltura, fingida o menos forzada. En el fondo y en superficie se avergüenzan o no están seguras, hasta negar su identidad y, cuando la muestran, esa exhibición de nombre y apellido juega como una autodefensa preventiva. No están seguras ante sí mismas de lo que hacen, salvo las muy profesionales que suelen ser veteranas.
Son chicas que parecen preservar lo genital al modo de monjas de una manera que es lo opuesto y contradice la liberalidad y convicciones emancipatorias que dicen sostener. Aquí el feminismo, su «feminismo», falla, se resquebraja. No son autónomas y no tienen el grado de autonomía que les permite gozar de su genitalidad mediante una sexualidad afectiva, o realizar su sexualidad mediante una genitalidad afectiva, recreacional y creativa a la vez.
Son chicas que, de modo declarado o no, reconocido o no, planteado a sí mismas o no, padecen, se avergüenzan, se sienten rebajadas. La desnudez no es para ellas algo natural sino algo que, aunque no lo sepan o lo nieguen, tiene que ver con el mercado. El modelaje en desnudez lo cumplen para ganarse unos pesos y sobrevivir pero, como N., fugitiva de sí misma, no pueden dejar de sentirse implicadas en el contexto y la mirada mercantil que adjudica una sociedad barata de consumo y venta a la que quieren acceder, algo que también dicen despreciar. Ha habido y hay otros nombres cerca mío, varios, Mijail, Noelia Viedma, Cecilia, Tatiana, Magalí, Mariana, Carla Agostina y otras muchas. Buenas pibas pero a las que les han hecho sentir -porque lo acusan ellas, lo sienten en el fondo- que hacen algo de lo que no están del todo seguras. Yo puedo dar testimonio tanto de la honestidad de estas muchachas tironeadas, así como de sus miedos, limitaciones, prejuicios, fobias, histeria y frigideces. En algunos casos, pienso, hasta se seudolesbianizan como pretexto antifálico, contra-Pija. En el fondo, la Pija, que imaginan la Gran Pija Idealizada, ilusoria, fantaseada, las ha doblegado. No es infrecuente que sean chicas que lesbianicen sus vínculos, profesionales o no, como excusa para no sentirse «putas», cortesanas. La genitalidad, gozosa o no, afectiva o no, es siempre genitalidad. Sólo que con el varón masculino, fuera y después de la sesión artística o expresiva, lo consideran una entrega prostituyente. Aclaro que un acto homosexual, una experiencia homosexual, no categoriza como gay o lesbiana. Hay héteros con experiencias juveniles o aisladas homosexuales. Un ejemplo extremo: sabido es que en las cárceles los presidiarios someten al novato a un trauma violatorio. Esa experiencia humillante y forzada, violenta, no homosexualiza necesariamente a nadie con buena estructuración psíquica heterosexual. El asunto -en este caso, la tragedia- pasa por otro lado.
(AMILCAR MORETTI)
(1) págs. 190 y 191 de «El perfume», la novela del bávaro alemán Patrick Süskind. Seix Barral, Narrativa Actual, RBA, España, junio 1993)
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Larry Vuckovich – Serbo Salsa
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Publicado el 7/05/2013
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Subido el 21/09/2011