Una imagen que me gusta. Bastante, mucho, menos, poco, nada, de nuevo mucho, me gusta. Quizás por el barullo que comprende y ciertas «desprolijidades» que no me molestan. Al contrario, me gustan, las busco, sé que esos desaliños espontáneos de un escenario propio e íntimo -el orden de mi desorden, un desorden cálido y privado que me protege, me cubre- me representan. Y supongo, intenciono, le dan algún sentido a la imagen de una muchacha desnuda que fotografío. Los «errores» no me pesan, son mis errores aprovechados. En una muchacha que yo busco -a veces, a tientas, probando, conjeturando, descubriendo, inventando- lo que importa no es tanto la muchacha en sí, su cuerpo, digamos, sino su persona, o al menos lo que deja suponer que es o puede ser su modo de ser. Pero más que nada, lo esencial y sustancial, es la imagen de esa muchacha desnuda en un entorno, entorno que a veces puede ser ella misma, como una extensión propia, y otras, como aquí, en esta imagen. el desorden ordenado y lógico de un lugar íntimo que conozco muy bien y a la vez me pasa desapercibido. Más, claro, esas telas o trapos sobre los que ella está acostada y que puse para que no tuviese frío en la espalda. (AMILCAR MORETI)
