Alberto, apenas «un masculino» con la cabeza cubierta por el frío pero los hilos de sangre me chorrean el rostro. La boca abierta y los ojos del que no comprende. ¿Por qué? ¿De dónde tanto odio frívolo, de ligereza y liviandad obscena y cruel? Una gimnasia de crueldad exhibida, mostrada.

Por una razón profunda, no del todo precisa en mí, quedó esta imagen de Alberto Jérez, manifestante que protestaba en el centro de Buenos Aires en julio del 2017. La publicó en tapa el diario Página12 de Buenos Aires y se grabó de manera dura en mis emociones y memoria. Es del colectivo o grupo de reporteros gráficos FOTOSUR. Me gustaría, me parece justo, más allá de temores y tarea en cooperativa, conocer el nombre del fotógrafo, valiente por cierto.
Por un instante -quizás para ablandar- se me cruzó la idea de la broma oscura, hiriente y macabra a la vez. Como una ironía mía frente a las tarifas nuevas y los intereses que te cobrarán para calentarte con estufa a gas. «¿Ves?», me dije, «esto es lo que te pasa si no tenés la estufa apagada, o bien tenés que andar eligiendo qué espacio entibiar en ese (este) (aún) afortunado otoño sin demasiado fresco, sin frío fuerte y sostenido». Me cuentan que me hicieron creer que tenía derecho a entibiarme con la estufa a gas.
Pero en Alberto Jérez hay demasiado dolor. Demasiada sangre. Demasiados sufrimiento y calor en las venas y en el alma. Y estupor. Estupor, casi en pedido de clemencia. Imagino que en su sorpresa e ingenua intención, se decía a sí mismo, mudamente: «No me peguen más». No creo haya sido escuchado. Lo pusieron como ejemplo: dejaron registrar ese momento de Alberto en que eleva el rostro al cielo, al tipo de pie en uniforme (y él arrodillado). Quizás rogara. «¿Por qué lo hacés? No me pegues más. Tengo frío, tengo hambre. La sangre es caliente pero siento frío, en el alma. Quiero comer, estar tibio, abrazar a mi compañera, mandar a los pibes a la escuela. No me peguen. ¿No ves que sufro, que duele?».
Largá el garrote. Soltá la tonfa. A vos te gusta. A este de atrás también, y a los otros. «¿Por qué?» ¿Qué clase goce es ese? ¿Qué modo de gozar es este?» Me dan ganas de sorna, de bronca, compungido, triste: esto es violencia de género -no frivolizo, ¡ojo!-, violencia de género social contra el masculino, Alberto, apenas «un masculino» con la cabeza cubierta por el frío pero los hilos de sangre me chorrean el rostro. La boca abierta y los ojos del que no comprende. ¿Por qué? ¿De dónde tanto odio frívolo, de ligereza y liviandad obscena y cruel? Una gimnasia de crueldad exhibida, mostrada.
Esto es obscenidad, no una teta o un culo desnudo de mujer. Ni una vulva. Ni siquiera una mano dramática sobre una vulva. Es complejo y dificílismo hacer expresiva, dramática, una mano sobre una vulva. Se ríén, se escandalizan, les da ganas de venganza. Pero esta foto no la conocen. Esta foto no les produce nada. No la miran. Diferente es la obscenidad del golpe con el poder de la impunidad, el tormento gratuito, pegar mientras el otro implora o sangra y eleva los ojos incrédulos al cielo, o a ese representante fugaz y siniestro del poder en la calle, con goce para dar tormento al pacífico, al hambriento, al pobre, al necesitado que ni siquiera puede entibiarse con la maldita estufa a garrafa. (AMILCAR MORETTI)
(1) http://www.ejes.com/noticia_web_2.cfm?q=aWRfbm90aWNpYT01ODUxODUwNSZ0eXBlPUQ%3D
