Imagen compuesta por AMILCAR MORETTI el sábado 3 de abril del 2021. La Plata-BUENOS AIRES.
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Vaninas hay muchas. Muchas Vanina. Ninguna la de Stendhal, que traiciona y termina casada con quien no desea solo por amor a otro a quien no entiende. Por «amor», o eso que solía llamarse Amor (téngase en cuenta que hablamos en el caso de Stendhal del siglo XIX, es decir, el llamado amor romántico). Amor, un cúmulo de confusiones y malentendidos. Ese «amor romántico» que los estudiosos afirman que perdió vigencia y sentido mientras los amantes boyan aquí y allá, ocasionales, apresurados, desencantados, sin saber dónde ir (o fugarse). Todas las «equivocaciones» de Vanina Vanini no son solo por vanidad y hasta soberbia y su concepto de poder sobre los otros, sino también por pasión, amor, arrebato, capricho, narcisismo (al fin y al cabo, ¿Vanina se ama demasiado o se odia demasiado? Igual centrada en sí misma e imagina que todo debe hacerse según su «sano y conveniente criterio»). Error monumental. El revolucionario prefiere que lo ejecuten a quedarse con Vanina de la nobleza y abandonar a sus camaradas en el cadalzo. Es como si una mujer enamorada, rica, joven y bella hubiera intentado torcer el destino del Che Guevara a cambio de la comodidad y las caricias. O que San Martín no cruzara Los Andes. No todos los varones masculinos son como los quiere Vanina. O como los ¿desean? muchas Vaninas del mundo. Los hay que no conceden a lo femenino de ese estilo ni al de algunos (otros) feminismos: son esos que cruzarán los océanos en nueces, quemarán sus fincas y campos antes que llegue el invasor o se congelarán dos años en su Endurance en el Polo Sur solo por decir: «Voy a lograrlo». O como el amigo Duizeide, que navega por todos los mares, escribe y lee todos los libros y refugia en todas -una- las islas del Tigre, distanciado.
AMILCAR MORETTI