Las imágenes que circulan por mi imaginación, mi pensar, mi intuición, mi mirada. Distanciamiento y goce. Una golosidad extrañada, brechtiana. Y sin embargo, dramática. Me gusta el desnudo dramático en fotografía. Desnudo de mujer. Profumo di Donna. Son imágenes que salen de una fotografía original pero que recreo, que vuelvo a crear después. Cuando la miro, la pienso, la siento, y la imagino. Ahí surge la imagen, aparecen las composiciones.
La posición de la madona, no la virgen. La postura de la cortesana. El recueste de la señora siglo 19 o Magda Förstner con ANDRÉ KERTESZ, el maestro húngaro, en 1926, en clave de parodia o joda íntima y estética entre los dos. La Venus de Tiziano, la Venus de Giorgione. La Olympia de Manet. Y hasta La Venus de la Poesía de Julio Romero de Torres. Todas, antes y después. Una tradición, un tópico de la pintura, de la estatuaria de matronas romanas, de la fotografía de modelaje hasta con Gisele Bündchen en una revista de modas como Vogue. Aquí, ella con un café y el brazo en ángulo con la mano sosteniendo la nuca, acostada, en la cama, sin ropa. Olvidada ya de su cuerpo, y plenamente consciente de su carnalidad. Mira cámara. Me mira. La miro. Es como a la búsqueda del tiempo perdido.
Esos dedos, esos pies, los veo, los vivo como la fotografía de una escultura. Como piedra, pero yo sé que son de carne y hueso, de mujer, palpitantes. Fríos, eran fríos, sí. Son pies y dedos de líneas marcadas, huesos largos y pulpa rojiza (aquí virada al gris blancuzco, semejante al mármol). Eran, son ahora, pies sanguíneos, rojizos, como amoratados por el frío. El escenario era cálido y nuestra charla también. Ella no era -no es- argentina, y acaso por eso tenía esa soltura y apertura para posar sin maneras de estatua infantil, ese ex juego de niñas. Y, como buena actriz, sabía mostrarse desnuda. Se dejaba estar, siempre lo repito como fórmula. Estaba sola y estaba conmigo. Lo hacía para mí y lo hacía por ella, para ella. Creo que disfrutaba estando así, desnuda, frente a la mirada, detallista, de la cámara. Se inventaba y no ocultaba nada, creaba situaciones y era sabia al saber que su cuerpo menudo y hasta huesudo exudaba una sensualidad húmeda, tibia, dentro, que no ignoré y que, como digo, era muy conciente en ella.
Entre las imágenes que he compuesto en el curso de muchos años ésta me ha parecido una de las más dramáticas. La banalidad, la estupidez, la rústica lujuria, la mirada convencional o del deseo porno, el puritanismo en boga en medio de una supuesta diversidad confusa, verán, sin duda, nada más que un culo. Más precisamente, la línea entre las nalgas y un sitio negro de fuga. Les parecerá, quizás, perturbador. Bueno, observo que esa inalcanzable cósmica profundidad oscura es el centro del mundo, del género humano, de la vida y, quizás, por su negrura, alusiva a la muerte y la tierra que nos hará polvo. Ambiguo, ambivalente. Me impresiona como una imagen expresiva, dramáticamente expresiva, que me chupa, me abduce. Pienso de (en) algún modo, a las apuradas, en la convención de una cita infaltable desde no hace tanto: Gustave Courbet con su “El Origen del mundo” (1866), que puede verse en el Musée d’Orsay, en París, desde 1995.
2 Comentarios
al ver estas imágenes genera sensaciones de revolución
Díme, cómo serían esas “sensaciones de revolución” que mencionás. Díme, Caribay, porque no lo sé. Cuéntame. Me harías un gran favor gratificante.
Gracias