El amor es imposible. Es la fuerza mayor del hombre, la única que lo “salva” y lo diferencia de las otras especies vivientes conocidas. El amor es más fuerte. Sí, por supuesto. Pero es imposible. El amor es más fuerte que el odio, pero el odio es íntegramente realizable mientras que el amor no.
FRANKENSTEIN, EASTWOOD Y PINOCHET
Escribe
AMILCAR MORETTI
(fragmentos de la nota que publica mañana domingo el diario EL DIA de la Argentina, en la ciudad de La Plata).
Patricio Guzmán (exiliado siempre en París) combina en “Nostalgia de la luz” tres acontecimientos y permanencias extraordinarias (fuera de lo ordinario, de lo común) con centro en el inmensurable desierto de Atacama, al norte de Chile: el mejor lugar del mundo para estudiar el cielo desde la astronomía, con observatorios de muchos países. La inmensidad de la belleza, que –contrariamente a lo que se cree con ingenuidad- puede ser dura, inclemente, dolorosa, al menos en términos de las leyes naturales (no de la cultura aquí). Una especie de espacio de la Naturaleza como productora de “síndrome de Stendhal”. La belleza como conmoción total. Y por último, la tenebrosidad de la condición humana, que por momentos amenaza con ganar la partida final. En Atacama durante la dictadura de Pinochet fueron enterrados en fosas comunes –no se sabe el número exacto- desaparecidos políticos opuestos al gobierno militar.
Mañana domingo 15, I-Sat a las 22,30.
Puede imaginarse que he de repetir que mañana domingo 15 es el día de “Nostalgia de la luz”. Pero también puede ser el día de “El joven Frankenstein”, el clásico del cine cómico que ya está cerca de celebrar sus cuarenta años. O de “Los puentes de Madison”, que a casi veinte años resiste impecable el paso del tiempo como historia de amor. Siempre digo que las más plenas historias románticas, las más sentidas –por dolorosas, quizás- son las que no “terminan bien”, o quedan en suspenso e inconclusas, o bien son imposibles.
El amor es imposible. Es la fuerza mayor del hombre, la única que lo “salva” y lo diferencia de las otras especies vivientes conocidas. El amor es más fuerte. Sí, por supuesto. Pero es imposible. El amor es más fuerte que el odio, pero el odio es íntegramente realizable mientras que el amor no. Por eso las historias románticas que no concluyen con felicidad son las más intensas y profundas (¡que lo diga Shakespeare, si no!). Así, “Los puentes de Madison”, presentada por el grandísimo Clint Eastwood en 1995, continúa intacta y puede verse una y otra vez. A mi entender herencia de “Breve encuentro”, de Noel Coward, una de las mejores obras sobre el drama de la condición amorosa y erótica en el siglo XX.
Mañana domingo 15, TCM a las 22.
¿Por qué es un clásico “El joven Frankenstein” filmada por Mel Brooks con Gene Wilder y Peter Boyle (el monstruo), entre otros actores reconocidos en su momento? Porque no solo conserva la permanencia de la historia y sentido de la novela tradicional que Mary Shelley publicó en 1818, sino que a la vez los renueva a través del humor y la ironía que salvan al humano de su condición trágica en la era tecnológica?
Sabemos que la ciencia se ha confundido con la tecnología y que ésta toma los caminos de los intereses del poder en la historia. Sabemos que la religiosidad va en camino de ser sustituida por la “condición divina” de una producción tecnológico-industrial adorable. Becerros de oro. Sabemos que “Frankenstein” es un relato del período romántico, gótico y precedente de la ciencia ficción. Y sabemos que no es otra cosa que una tragedia según la “clásica” noción griega del siglo V antes de Cristo, cuando Edipo recibe el castigo de la ceguera y el vagar perdido por querer “conocer demasiado”.
Tomarse en broma esa tragedia romántica decimonónica es complejo, pero es lo que logró Brooks en 1974, haciéndonos reír de nosotros mismos, es decir, del “monstruo” y de los “otros”, más grotescos que el mismo monstruo.
Por TCM, este domingo 15 a las 17,45.
