Una amiga y alguna vez una de mis modelos me hizo llegar una foto de ella acostada sobre la escultura que el colombiano Fernando Botero donó en 1994 a la ciudad de Madrid. Mi amiga, también actriz, vive en Barcelona y ha aceptado el desafío de un proyecto que intenta llevar a Dolores, la Lolita de Nabokov, al teatro. “Mujer con espejo” de Botero está ubicada en el cruce entre la Plaza de Colón y la calle Génova madrileñas. Halagándola, le confesé a mi ex modelo, aunque hace años que no la veo ni la fotografío: “Te imaginaba así.” Y agregué, como distinción a su figura: “Entre una Botero y vos, me quedo con vos. No es que la Botero esté mal; al contrario, ella luce pulposa, un almohadón. Pero vos estás como lo que sos. Sos eso: acogedora, cucharita, con la firmeza suave de la carne joven, tierna, cola tierna y acogedora como nido. Con humor. La besaría sonriendo (la cola). O sonreiriría besándola. La pulposa de Botero es de bronce. Más fría, o muy caliente, según el sol”.
Me contó ella que, en su visita dominguera a la capital española, apenas vio la escultura saltó sobre ella para acostarse sobre sus espaldas y nalgas, templadas por la temperatura de temporada en la península. No contó -o sí, y me lo hizo con toda intención- con que sus nalgas resultarían tan atractivas que las notorias y notables de la dama boteriana. Sin embargo, su descanso sobre la obra implica una reacción bastante común frente a algunas obras de arte: abrazarse a ellas. Por ejemplo es lo que hizo de modo espontáneo Marilyn con el Discóbolo cuando lo vio en el Museo Británico.