Hay mujeres que se sienten bien en la cocina. Se saben seguras, dueñas, y el varón reflexivo las mira y las reconoce. Ellas están bien paradas, tan bien paradas que pueden dar pareceres al hombre sobre cuestiones que hacen a la situación singular -pareja- de ambos: ¿cómo han de resultar para América latina las elecciones nacionales en Estados Unidos? El hombre lee y espera, ansioso, por la fragancia de los ajíes en la sartén. Ella maneja los ajíes y los condimenta, los prueba con el dedo en la boca al tiempo que expone un razonamiento sobre esas circunstancias políticas combinadas con una pandemia que obstaculiza el arranque de los circuitos productivos nacionales y regionales vaciados por una enorme deuda externa que hay que pagar y no se sabe dónde está. El perfume de los ajíes se combina con una figura en la cocina que se despeina y recoge el cabello con un mohín, mientras acomoda el bretel de su corpiño. El hombre alucina entre la geoestrategia global y las habilidades y glúteos de la mujer. Ella es la sacerdotisa. Mujer común. Común apetitosa. Mujer que tiene el saber y lo comparte e intercambia con el hombre. Eso siento hoy que es virtud. Sí, esta mujer en la cocina teje y desteje mejunjes que alimentan al varón (hétero) (masculino) y dilucidan dilemas internacionales en un mundo multipolar, según parece.
AMILCAR MORETTI
Modelo: Caribay