El maquillaje en la mujer lo percibí siempre, desde pequeño, como un rito. Recuerdo a mi tía Maravilla cuando la visitamos hace mucho pero mucho tiempo con mi madre y mi hermano. Maravilla alquilaba una gran habitación con baño privado en un hotel, creo que el antiguo Hotel España. Una secuencia y a la vez una imagen que me quedó grabada: Maravilla, con el cabello teñido como Zully Moreno, la estrella del cine, sale del baño tras una ducha con una bata blanca y un gran turbante en la cabeza, rodeada de una cálida y húmeda nube con fragancia de jabón . Sentada frente a la toilette comenzó a maquillarse ante un gran espejo. Yo, parado a su lado, alucinado. No recuerdo el orden de prioridades en su detallado y cuidadoso ritual de maquillarse: la crema de base en el rostro, el polvo para dar tono a mejillas y cuello, el remarcado de las cejas, las pestañas y, al final, el dibujo grueso del lapiz labial sobre su boca. Los labios de Zully Moreno, con un estruendoso tono rojo. Por el espejo le hace un guiño y gesto con la cabeza a mi madre, señalándome a mí. Dibujó su sonrisa de poder como saben hacerlo las mujeres experimentadas frente a los cerbatillos de hombre. Su efecto seductor cayó sobre mí con forma de congelamiento. Sentí vergüenza y me puse pálido. Esa fue la primera vez que ví a la legendaria Maravilla, Mi Tía.
AMILCAR MORETTI
VER: https://amilcarmoretti.wordpress.com

Modelo: Belén Amaya.
