Sábado 28 de diciembre del 2013, a las 10,20 AM. Golpean las palmas en el portón del garaje de mi casa, al sur de la ciudad. Más de 30 grados, un sol blanco áspero cae como plancha de plomo. Corro lo cortina de una de las ventanas abiertas. Es Mauricio, no lo conozco. Tiene ocho años.
“¿Tiene algo para darme?”, me pregunta desde abajo Mauricio, mientras me mira a los ojos. “Sí”, le respondo. “¿Qué necesitás?”. “Lo que pueda darme”. “¿Comida o plata?”, le pregunto, y se sonríe incrédulo que cuando pronuncio “plata”. “Lo que pueda darme”, repite. “¿Cómo te llamás?”, le pregunto. Me dice su nombre. “¿Y cuántos años tenés?”. “Ocho”, dice, ya sabemos. “Bueno, esperá, voy a ver qué hay”, le explico porque en verdad no sé qué darle. Comer, pienso. Comida. Abro la heladera y saco una manzana estampillada, la lavo. Se me ocurre sacarle una foto. Tomo una pequeña camarita compacta que está a mano mientras en voz alta le aviso a Mauricio: “Esperá, eh”. “Sí”, me contesta. Abro la puerta cerrada con llave, le doy la manzana y mientras la toma le pregunto: “¿Está bien?”. “Sí”, dice. “Bueno, entonces a cambio me dejás sacarte una foto”, le digo. Otra vez se sonríe, incrédulo, con su pichonera o pochonera (de “Pocho”, Perón en los viejos tiempos) y mochila a la espalda. LLeva ojotas y ropa liviana. Tiene hablar de ir a la escuela. Rostro y mirada limpios. Me acompaña hasta la vereda y frente al paredón se detiene para que le saque la foto. Supongo que nunca le deben haber sacado una foto. Un vecino mira, distanciado. Le tomo dos fotos a Mauricio. Se las muestro. Las mira y sonríe con levedad. “Chau, suerte”. “Gracias”, me responde y retoma rápido por la vereda que hierve. Debe recolectar la cena de fin de año. No, mejor: el almuerzo de este sábado. (AMILCAR MORETTI)
Fotos y texto por AMÍLCAR MORETTI. Sábado 28 de diciembre 2013. 1,30 PM. La Plata. Argentina.