Los cuerpos se ocultan. Los cuerpos temen la peste, se aíslan, se enclaustran. Es una peste. Una de las pestes. Otra, la del Miedo. Se ha sembrado el miedo. Hay un miedo “sanitario”, de probable inmunidad. Hay otro miedo, Político, que parece aún más grave porque actúa sobre lo social colectivo y la singularidad de cada uno. Alimenta el odio, el resentimiento, el rencor. Hay un miedo amoroso que reseca en el momento y a largo plazo parece otra manera de la letalidad. No todos morirán, pero tampoco todos sobrevivirán. Y hay un Miedo que ha penetrado en las mujeres que pueden llegar a percibir en cada hombre, en cada varón masculino, un enemigo, un peligro también mortal. Los asesinatos de mujeres en manos de varones parece haber aumentado, pero no hay estadísticas de décadas anteriores, del siglo XX. Es probable que el encierro pandémico enturbie las relaciones intensificando la violencia intrafamiliar. Pero ni una menos no puede significar uno más. Un mujer menos (muerta, asesinada) no es, no debe desembocar en un tipo más condenado a ser arrojado por la ventana, o algo peor (en una cárcel -todos saben sobre las cárceles- o en el destierro). (continúa)
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Los hábitos masculinos pueden modificarse; es una cuestión cultural. Y los hábitos de la mujeres pueden modificarse, también. La misma cuestión de una misma cultura. Que las mujeres cuiden de sí mismas es tan necesario como que cualquier persona cuide de sí misma, pero la sospecha, la duda, el cuestionamiento, la interpelación permanentes son otras formas del miedo, del miedo de unas y el miedo de otros. Zona de peligro. El sistema del norte puede sugerir, impulsar “espontáneamente” un back lash aterrador. O bien una persecución de género indiferenciada en que el más débil, quien esté en circunstancia equivocada en el momento inoportuno en el lugar inapropiado puede llegar a ser el muñeco de la feria con quien todos prueban su energía reprimida y atrozmente encausada.
AMILCAR MORETTI
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Modelo: Aurélie Menninger
