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SUCEDE SANTIAGO MALDONADO. Escribe Amílcar Moretti

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Escribe
AMILCAR MORETTI

 

 

 

                       AMILCAR MORETTI. AUTORRETRATO, 2017.web DSC_2447¿Qué nos sucede cuando lo innominable se fusiona con lo ominoso, lo ignominioso? Sucede Santiago Maldonado. No es un cuerpo más, ni un cuerpo menos. Es una palabra que falta, de ahora en más, otra vez. Un desaparecido. Su aparición propiciada es un acontecimiento que aumenta el silencio, el silenciamiento de una sociedad que calla y concede. Lo innombrable es esa ausencia de lenguaje para poder decir lo que se entiende pero se oculta, a base de miedo y odios. Muy humanos y muy inhumanos. Impiadosamente inhumanos, sin contar los que consienten, estimulan, permiten, ejecutan.

 

            Lo innominable en fusión con lo ominoso y la ignominia degrada lo individual y lo colectivo, denigrados de modo planificado. Es el envilecimiento. Lo tenebroso de la necrofilia como manejo político y como espectáculo perverso. Estamos atravesados de palabras, más aún en estos acontecimientos tan argentinos -aunque no tan ni solo argentinos, que otros países nos desbordan en sadismo festejado y oculto-, más aún cuando se han sustentado en anteriores experiencias impensables, supuestamente impensables porque pertenecen a lo siniestro, eso que nos habita y que tan fácil se pone en funcionamiento cuando se trata de ausentar, degradar, envilecer, deshonrar, desollar, destruir, acabar con el otro, exterminar al otro.

 

                      Para alguien como yo que ha pasado décadas de vida acumulando palabras que den cuenta de lo que no tiene cuenta, el suceso mortuorio -homicidio agravado, planificado, previsto, concebido como tal con su cuota de azar como afrenta agregada (este o aquel, no interesa, da igual, pero que sea de uno de ellos, dijo alguien)-, la condición Santiago Maldonado es una condición de tristeza, de descreimiento, de ensimismamiento, que es, seguro, lo que se busca y se logró.

                         “La fiesta del monstruo”, sí. “El matadero”, sí. “Casa tomada”, sí. “Un oscuro día de justicia”, sí (*). Maldonado establece -de nuevo en Argentina- el límite a partir del cual no solo es posible cualquier cosa -todo- sino también el perímetro que parece convertir en trivialidad todo lo otro. Y todo lo otro somos nosotros. Es uno. Soy yo, y vos, y vos, y vos, y todas y todos. Todos enmerdados y contaminados. Para alguien como yo que ha optado por una imagen de desnudo que hable de mí y por mí, todo de pronto avergüenza, suscita pudor  o bien provoca un doloroso sentimiento por una ingenua impudicia, tan pero tan alejados y ajenos del declive degradatorio entre unos y otros, autores, criminales, ordenadores, víctimas, más salpicados, menos salpicados, todos en revuelque. La falta de justos elige al pibe para el sacrificio y el martirio, en un comienzo, junto a Milagro Sala.

 

 

                Y entonces es como que te hacen sentir que el desnudo, su imagen, se convierten en trivialidad. Porque la vida, el cuerpo, pierden significado y sentido. Se deja de ser cuerpo pero no hay espíritu. Se desmoraliza el cuerpo, la carnalidad, se pierde la libertad, se hace dueño el miedo, desaparece la erótica como Vida y palpitación y una mortuosidad indigna deja de ser celebración de lo terminado para comenzar a ser jolgorio obsceno de la patología como propietaria del colectivo conducido por Hamelín. Y ríen, gozan, sollozamos.

 

 

 

(*)  Un detalle curioso, que ya conté. “Un oscuro día de justicia” es un celebrado cuento de Rodolfo Walsh cuya versión inicial (después corregida. Conservo en mi archivo esa publicación original del cuento), en 1967, el autor de “Operación masacre” publicó en “ADÁN“, la primera revista que en Argentina intentó, a la manera de “Playboy“, combinar la calidad literaria con el “erotismo de consumo” de chicas “un diez por ciento totalmente desnudas”, según el triste o irónico -según se mire- recuerdo del humorista Miguel Brascó. No hay que olvidar que eran años de la dictadura del general Onganía. Dirigida por Luis E. González O’Donnell, que había sido jefe de redacción nada menos que de “Primera Plana”, “ADÁN” tuvo entre sus colaboradores a Homero Alsina Thevenet, el gran crítico de cine; el escritor Juan Carlos Martelli; Carlos Villar Araujo, especialista en ciencia y técnica, y Miguel Brascó, talentoso y refinado humorista, dibujante y gourmet. “ADÁN” había publicado en diciembre de 1966 otro cuento de Walsh, “Los oficios terrestres“. Lo que lleva a pensar que siempre ha habido una relación muy íntima entre inteligencia y sexualidad, reflexión y erotismo femenino. Quizás haya que concluir que antes de ser una forma de consumo, el espacio de Eros y el cuerpo de mujer son componentes que combinan Vida y deseo de subvertir normas.

(para más detalles ver la nota de Verónica Giordano “El erotismo en las imágenes de Adán, 1966-1968”, primer semestre del 2014.

http://caiana.caia.org.ar/template/caiana.php?pag=articles/article_2.php&obj=134&vol=4

2 Comentarios

  1. Gustavo F. Monastra

    Qué momento tan horrible que estamos viviendo. Lo bueno – si algo de bueno hay – es que algunos podemos verlo. Lo malo – además del punto en sí mismo – es que una mayoría enceguecida no es que no lo vea, sino que no lo quiere ver. Peor. Qué palabras perfectas, hermosas, pero terribles y oscuras las que describen nuestra Argentina actual, que es la de arrastre, claro.
    Qué ciertas tus palabras, Amilcar. Por pimera vez quisiera irme del país. Irme de un país así. Pero para exiliarse, hay que disponer de recursos y de tener redes que no tengo. Vivimos -seguimos viviendo- una Argentina de lo horrendo.

    Los argentinos que ríen de Maldonado resumen:

    lo innominable
    lo ominoso
    lo ignominioso
    un desaparecido
    una aparición propiciada
    el silencio
    el silenciamiento
    la impiedad
    el envilecimiento
    lo tenebroso
    la necrofilia
    la afrenta
    la perversión
    el sadismo
    lo oculto
    lo siniestro
    lo ausente
    lo degragado
    lo envilecido
    lo deshonrado
    lo desollado
    lo destruído
    lo acabado
    lo exterminado

  2. Amilcar Moretti

    Mi querido Gustavo, hay una constante en la historia de Argentina: el exilio. Hay que agregarle el in-xilio. Sabido: para los griegos, Grecia Clásica, el exilio era la pena más dura, por sobre la pena de muerte. Obligaba a ser siempre un extraño en tierras extrañas, la no-paz para el castigado. La muerte, en cambio, otorga paz. La muerte es la ausencia de conflicto. El ser siempre un “extranjero” en paisajes de otros, por el contrario, exacerba al máximo el Conflicto, que es lo esencial del humano (al menos el humano del Oeste, el llamado occidente), dado que el humano lo es porque tiene lenguaje. Y el lenguaje es conflicto por esencia. No guerra, o violencia cruenta necesariamente, sino conflicto. Un gato, una vaca, una gallina, no tienen conflicto. Son. El humano, para SER, debe tener lenguaje, es decir, subjetividad y dentro de ella inconsciente, algo que por su propia “naturaleza -el inconsciente- no se deja nombrar por las palabras, por el lenguaje. Por eso Freud aconsejaba que sus seguidores debían leer mucho a los grandes poetas, porque son los únicos que con la metáfora, metonimia, sinécdoque, rozan, por momentos, el inconsciente. Y sugería también mirar mucho a los maestros de la pintura y la escultura. Michelangelo, Da Vinci. También Dostoievski, Proust y, porqué no, nuestro Arlt, agrego. O Puig.

    Una antigua y originaria “tradición”: San Martín, Rosas, Alberdi, Pettoruti, Cortázar, entre otros muchos, murieron en el exilio, voluntario u obligado, expulsados. Piazzolla fue comprendido en su grandeza -arriesgo: mejor músico argentino del siglo XX, por sobre Ginastera, claro-. Borges pidió ser enterrado en Europa (y no lo hizo por “cipayo”, precisamente). Eso sin contar los innumerables del “in-xilio” (el exilio en tu propia tierra, o en el silencio y ocultamiento físico y subjetivo más absoluto): desde Saavedra hasta (por mencionar figuras disímiles) Manuel Ugarte o un Leonardo Favio unos quince años refugiado en su provincia cultivando un viñedo y ganándose el mango con su canto por América latina, muy querido por cierto en muchos países hermanos. O directamente, el asesinato: Dorrego, Lavalle, Castelli, Monteagudo, Mariano Moreno (?)… Y a propósito: Martha Argerich vive en Bruselas.

    Si tu decisión es irte, yo que vos ya comenzaría a tejer lazos con colegas en el extranjero. No han de faltarte con tu voz y profesión. Y también en tu círculo de relaciones particulares. No dejaría pasar un minuto. Estás en la edad justa: joven madurez y plenitud profesional. Dale, no te dejes estar. Al fin y al cabo, ¿quién dijo que esto iba a ser “un lecho de rosas”? Y ya tendrás oportunidad de retornar, si lo deseas.
    Un abrazo.
    Amilcar

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