MIS TRABAJOS Y DÍAS

EL EMPODERAMIENTO DE LA CRUELDAD. COMENZAR POR LOS DÉBILES Y SEGUIR CON… Escribe Amilcar Moretti

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«El porqué de su agresión está centrado en la alternativa de la vida y la muerte: vale decir, en la cruel ley (o mejor, en la ley que nos hace crueles) que debe regir inconscientemente: TU VIDA ES MI MUERTE. MORS TUA,VITA MEA. La convivencia no cabe, en estos estratos profundos del ser, donde HOMO HOMINI LUPUS, donde el ser humano -varón, hembra, padre, madre, hijo- es el lobo del otro.»

 

Escribe
AMILCAR MORETTI

 

 

                 Se insiste en los últimos tiempos sobre el machismo, la «corporación masculina», la «sociedad de los varones», el «patriarcado» desatado en torno a la masacre de un varón cometida por otros diez varones (en balneario de Argentina) y las violaciones (sexuales) en grupos varoniles contra mujeres (en España). «Las masculinidades se construyen sobre el derecho a matar», sentenció hace tiempo atrás la polémica feminista francesa Virginie Despentes (1) y hasta rodó un desafiante filme allá por el 2000 titulado «Cogeme» («Baise-moi») que tuvo un solitario -y algo tardío- comentario de mi autoría en el diario EL DIA de Argentina en el 2007 (2). Allí, las violadas comienzan a responder con asesinatos a balazos de varones con los que cogen -o no- previamente. Usan y eliminan. Su revancha. Su propio fin. El sistema -cualquier orden- se las come. Así, nos come a todos

 

 

         Ahora bien, ¿qué pasa cuando -por ejemplo- en nuestro cercano entorno argentino  es una mujer la que comienza a patear la cabeza de otra mujer desmayada en el suelo a golpes mientras sus amigos varones atacan en grupo al compañero de ella? Se habla mucho de «manada», colectivo femenino para referirse a varones brutalizados. No parece adecuado, primero porque la manada refiere al rebaño guiado por su pastor, y segundo porque la manada no discierne entre géneros femenino y masculino, los reúne a ambos, incluso las crías. ¿Habría que hablar de piara (cerdos)?

 

              Por ahora (me) parece mejor jauría (perros), que aunque pudiera tener su perrero puede ser también cimarrona, es decir, no domesticada, «salvaje», criada sin contacto con el hombre (¿o con contacto virtual-digital?). De esto supieron mucho los primeros colonizadores españoles apenas se internaron en la pampa en el siglo XVI y se encontraron con los caballos, vacunos y perrerío montaraces reproducido solos tras la primera fundación de Buenos Aires.

 

 

           No es una cuestión de género, de masculinidades, de «machos» y «machismo» en época en que la Figura o el Nombre del Padre se han desvanecido, diluído, o deteriorado. Y no hablo del Padre Tirano o el Padre Terrorífico (que también hay Mujeres y Madres Terribles, si con psicoanálisis decimos (3)-).  El género o identidad sexual no completan el significado y sentido de una mujer que patea la cabeza de otra inánime en el piso tras golpearla por sorpresa. ¿Habrá ahora que esperar la horda femenino-masculina? Y otra vez aparece la palabra manada, pero -repito- (me) resulta más apropiada jauría, aunque tampoco distinga sexualidades y sí, en cambio, aparece toda-todo como una confusión desatada e inducida por un mandato de imprecisos -aunque posible de pensar- origen y propósito.

 

 

             Tampoco parece una cuestión de odio. Cierto que interviene en el caldero un alto grado de frustración convertida en ofensiva-defensiva automáticas y sin destino fijo. Habría que repasar detenidamente, sobre todo, el Joker interpretado en el 2008 por el (suicidado) actor australiano Heath Ledger  («Batman, el caballero de la noche», de Christopher Nolan) y acto seguido el reciente por Joaquin Phoenix (Todd Phillips, 2019). Pero también hacer un batido de novelas y películas como las anticipatorias «El club de la pelea» (sobre todo el final en hecatombe) de Chuck Palahniuk-David Fincher, «Las vírgenes suicidas» de Eugenides Jeffrey-Sofía Coppola, «1984» de George Orwell-Michael Radford, «La naranja mecánica» de Anthony Burgess-Stanley Kubrick, «A prueba de muerte» (Death Proof, solo película) de Tarantino y varios relatos más como «Brasil», de Terry Gilliam (película, 1985).

 

 

                     Me acerco a una conjetura que, remota, aporta: «(después de) la enconada lucha de los sexos, del retorno del matriarcado, de la hegemonía ginecocrática, y de la traición de la mujer a los hijos de la horda fraternas a los que incita a derrocar al padre, con la engañosa promesa de la entrega incestuosa, y a los que, después de haber logrado su objetivo, traiciona y frustra» , puede concluirse que «no hay un porqué sino infinitos porqués del sentimiento de culpa del hombre», «el porqué de su agresión está centrado en la alternativa de la vida y la muerte: vale decir, en la cruel ley (o mejor, en la ley que nos hace crueles) que debe regir inconscientemente: TU VIDA ES MI MUERTE. MORS TUA,VITA MEA. La convivencia no cabe, en estos estratos profundos del ser, donde HOMO HOMINI LUPUS, donde el ser humano -varón, hembra, padre, madre, hijo- es el lobo del otro.» (4)

 

 

                  Matarnos entre nosotros. Matar, simplemente. Que no nos hagan matar. Que no nos hagan pelear entre nosotros. Entre unos y otros, entre unas y otras, entre unos y otyras, entre otras y unos. No caigamos en la trampa. No nos peleemos. No peleemos. Lucha sí, pelea no. Fratría, no horda. No jauría. No cualquier orden, ni un orden a palos. «Hijos del hombre» (Children of men), P.D.James-Alfonso Cuarón. Va en ello nuestra supervivencia diversificada como sujetos en comunidad organizada.

 

 

(1) https://www.pagina12.com.ar/5102-las-masculinidades-hoy-se-construyen-sobre-el-derecho-a-mata

(2) https://www.eldia.com/nota/2007-10-28-la-pueblada-femenina-en-accion

(3) Pág.111, Mauricio Abadi, «Renacimiento de Edipo», editorial Trieb, Buenos Aires, 1977.

(4) Págs. 80-141, Mauricio Abadi. Idem.

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