Imagen compuesta por AMILCAR MORETTI el 25 de diciembre del 2020. BUENOS AIRES.
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¿Qué Fiestas? ¿Qué celebramos, «felices»? ¿Qué celebran, con alcohol y gritos, hoy un poco más pudorosos por obligación (y miedo)? En suma, ¿qué celebro? El nacimiento. El renacimiento, dijése, si no fuera tan florentino, tan itálico y latino, tan humanista siglo XV. Entonces, ¿qué renacimiento en medio de las olas de muerte, de la peste? Ayer ví uno, un Renacer, digo. Una asistente de tripulación de avión (azafatas, las fetichizábamos) llora, solloza. Está conmocionada, ha vivido su milagro, lo más importante dice en sus cuarenta años de vida o profesión. Solloza aún dentro del avión argentino porque con otros ha traído de Rusia lejana el primer cargamento de vacunas que, se supone, atenuará o liquidará la peste. El capitán trata de consolarla. No es necesario. Es bueno llorar de alegría: «Si fuera para esto volaría cien horas más», confiesa la navegante y se cubre las lágrimas. No hay guerra. No hay muerte, en ese momento de Fiesta. Ella ayudó a traer una salvación, un renacer, aunque sea de esperanza. Junto con un grupito, orgullosos, todos, se fotografía al pie de la nave. Sabe que tiene para siempre una buena nueva que podrá contar a sus hijos y nietos. Saben todos ellos que alguien pensó en ellos y confió en ellos. Entonces, comprendo, ya tengo mi fiesta. No bebo alcohol. Brindo por esa confianza de muchos.
AMILCAR MORETTI