La mirada de Sara. La Turca, la Negra, para mí. Marroquí. Ella, Sasha Bradshaw.
“-Yo no estoy tan seguro.- le digo.
-Las fotos deben valer por sí mismas– afirma con una seguridad que aterra.
-No, no estoy tan seguro –insisto–. Su “valor”, como vos decís, depende de muchas cosas. Su ubicación, por ejemplo. En qué lugar se exhiben, con qué iluminación, qué enmarcado llevan. Diría que cambian según haya ruido o silencio, cumbia o Bach, Gardel o Elvis.
– (silencio).-
-El título también cambia y condiciona su sentido y, en consecuencia, su valor, o al menos una parte de su valor. Si “La Gioconda” (“La Mona Lisa”) se titulara “Doña Juana de Tribauld, princesa de Cleves”, estoy seguro que tendría otra consideración. Una gran escultura, cualquiera de Da Vinci, de Rodin, de Giacometti depende del espacio para el que fue concebida, y en consecuencia, de la iluminación que debía o debe recibir. Cambiará así y también cambiará a lo largo de todo el día, según el paso de la luz, y si es natural o artificial. No es inmutable ni tiene un solo sentido y menos un único sentido. Una escultura de una diosa griega tenía un sentido que no conocemos en la Grecia del siglo IV antes de Cristo, y otra hoy en un museo de París. No es lo mismo escuchar “Brazil” de Ary Barroso por Tom Jobim en “Stone Flower” que escuchar y ver “Brazil” en el final de “Brazil”, la película de Terry Gilliam, cuando Jonathan Pryce para soportar la tortura policial se sumerge en su fantasía delirante de héroe alado con la celebración feliz del carnaval de Río. Pocas veces lloré tanto en un cine. ¿Sabés de qué hablo?”
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Modelo: Sasha Bradshaw (Sara)
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