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COMO DISOLVER UN ESTADO NACIÓN MEDIANTE LA PATOLOGIZACIÓN COLECTIVA. Escribe Amílcar Moretti

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       Básicamente no se trata de un asunto, digamos, económico, al menos como efecto único. Hay un plan deliberado, una exploración de laboratorio social que apunta a la disgregación de un orden de estado: en suma, la desaparición de la Argentina tal como la conocemos.

 

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Escribe
AMILCAR MORETTI

 

 

 

              Argentina se ha convertido en una sociedad patologizante, de patologización. Todos hemos comenzado a sentirnos afectados, algunos de modo orgánico, otros emocionalmente. No digo que esta patologización haya comenzado a fines del 2015, pero sí que desde ahí se estimularon de modo deliberado y planificado los núcleos tanáticos, de agresión muchas veces letal contra el otro.

 

      Son núcleos pulsionales que en la subjetividad humana (la única subjetividad) siempre son más fáciles de despertar y hacer crecer que los núcleos altruístas o de amor. Por eso suele decirse que el fascismo cuando quiere adueñarse del poder estimula el clasismo de arriba hacia abajo, el racismo, la xenofobia.

              Este es el último recurso del canalla cuando han fallado otros procedimientos para doblegar y volver contra sí mismos a un pueblo o comunidad. Sucede que la pulsión de muerte siempre es más “fácil” de estimular que la pulsión de vida y amor. Y es esto, de modo inquietante, lo que se ha hecho en estos últimos años.

    Así, la grieta, la tan nombrada grieta, se ha agrandado y comenzamos a mirarnos como enemigos a matarnos entre nosotros. Una especie de canibalismo social que regresiona a la antropofagia cultural. Se trata de “comerse” a una cultura, una sociedad, una comunidad que, con sus conflictos y tensiones, estaba en vías de recuperarse en su trama social solidaria, sobre todo tras el gran trauma de los 30 mil desaparecidos de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica.

 

 

                     Hay que abocarse muy seriamente a reflexionar sobre esto de la “doctrina del shock”, de shockear y descolocar a un pueblo o comunidad mediante un decir y un accionar que se contradicen y que, al ser negados, enloquecen a comunidades y sujetos. Se trata de un decir y un actuar que se contraponen y se contradicen, y que al ser negados en su contradicción y desmentida mutuas, colocan al sujeto que advierte la contradicción en la posición del “loco” que no ve ni siente lo que en verdad no puede ver ni sentir porque no hay realidad real que lo avale y demuestre.

 

             Básicamente no se trata de un asunto, digamos, económico, al menos como efecto único. Hay un plan deliberado, una exploración de laboratorio social que apunta a la disgregación de un orden de estado: en suma, que desaparezca la Argentina tal como la conocemos. Y en esto hay que reconocer dos aspectos inquietantes: uno, que les ha ido “muy bien” (han sido eficaces) a los planificadores de este atentado patologizador, entre cuyos efectos se hallan la dispersión social y cultural y la paranoia colectiva, con estados contagiosos de ansiedad, depresión, angustia, desesperación, ira, negación maníaca, silencio en pánico y enfermedades orgánicas.

 

          El otro aspecto perturbador -y no sin ribetes siniestros- es que la sociedad argentina se ha mostrado singularmente vulnerable a la aplicación de este operativo integral de disolución, que comprende tanto lo colectivo como la subjetividad individual de cada uno, particularmente dañada de un modo u otro.

 

 

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