EL RETRATO, UNA FORMA DE AUTOAFIRMACIÓN. Prestigiosa tradición que, en pintura, puede datarse en el 1500 del Renacimiento italiano, el retrato no solo es una valoración de la individualidad sino que actúa, simbólicamente, como prueba de existencia, y también de sobresalir sobre el común de los vulgares y anónimos humanos. Por eso, la nobleza y luego la burguesía buscaron en los artistas del 1500 -artesanos en ese momento, no «profesionales» en el sentido de mercado que se da aún hoy- quienes los fijara y destacase en su medio y entre los suyos. Esto, desde el principio, vale también para los creadores, quienes en muchísimos casos insisten una y otra vez en autorretratarse. Quien se retrata busca al menos desde hace 500 años sobresalir y permanecer, desafiar de algún modo a la muerte y quedar fijo en el arroyo de la natural perentoriedad de la vida. Así, aún en su pura ilusión y vanidad, el retrato -digamos, la figura de un rostro- vendría a indicar que se ES y que se HA ESTADO, además de la superstición de que quien es representado lo es porque, por sobre los demás, por algún motivo -casi siempre desconocido, improbable- vale la pena que así sea. (AMILCAR MORETTI)
(Como veo venir la descalificación y objeción del necio, ignorante e intolerante -todas cualidades en la base de las actitudes y pensamiento del represor-, debo hacer una aclaración: «Retrato», sobre todo en las «fine arts» -como dicen los anglo-sajones- es la pintura o efigie principalmente de una persona. No es el retrato -como repite la opinión del vulgo (vulgo, el no experto)-, la figuración visual, gráfica limitada a un rostro. Hago la aclaración porque la bura/o/@, ante mis imágenes hoy aquí, podrá desechar con su acostumbrada opinión ligera y plena de banalidad: «¡Ah, bueno, pero Moretti no hace un retrato sino sus desnudos de siempre!»).
En suma, está claro que un retrato no es eso que suelen denominar así. No es el caso de la modelo aquí retratada. Mi «pecado» es siempre suponer que muchas de mis modelos tienen, al menos, no digamos un conocimiento o ilustración discretas en arte (a una parte de eso se dedican), cuando en verdad muchas también ni siquiera conservan una reserva lejana de instrucción institucional común y ordinaria. Esto, con frecuencia, me lleva a adjudicarles cualidades que no tienen, sensibilidades imposibles en ellas, mínimas capacidades de reflexión inexistentes, salvo unas pocas.
Claro, mi exigencia es indebida e inapropiada, y esa equivocación suele provocarme la desazón rápida de la frustración ante lo obtuso, a veces mezclado con la maldad o al menos la manipulación derivada de un cuerpo desnudo en el contexto del mercado. Acaso yo demasiado duro con estas pobres y bellas chicas, deba interpretar que la cotidiana cooptación sobre sus conciencias efecto de la desinformación y deformación de la televisión y los medios de comunicación de masas les ha vedado aún el acceso, aunque sea, a eso desde hace un tiempo llamada «inteligencia emocional», que se supone solidaria y compasiva (de com-pasión, o sea, hacerse uno con igual pasión del otro, que es lo que significa com-pasión). Y no es así, justamente.)
No solo el retratado hace ejercicio de un acto ostensible de autovaloración pública y ante sí mismo. También el autor del retrato, digamos, el artista a cargo de retratar, que contrata a un modelo o recibe el encargo de retratar a otro individuo, pone en práctica con el otro un simultáneo acto de vanidad. Cuando el autor decide retratar a alguien, construir su mirada del otro en el intento, acaso, de descubrirlo en su intimidad y a la vez expresar la suya propia, establece una alianza, generalmente implícita entre los dos, él mismo y el sujeto del retrato, que intenta revalidar un afán de Creador Originario indicador, entre otras cosas, de un matiz de envanecimiento. (AMILCAR MORETTI)
How Deep Is the Ocean? – Duke Jordan Trio
(«¿Qué tan profundo es el océano?)
Publicado el 27 abr. 2013
Categoría: Música