MALINA, la francesa, cumplió el ritual como una entrega sin precio para mí, casual, inesperada y ¿por qué no? milagrosa. Oscilante como Cléo de 5 a 7, palpitante como Brigitte a los 20 en Saint-Tropez, melancólica como Mimí y pícara jovial como Zazie en el Métro de París, Malina ha cruzado el Atlántico para bailar tango en Buenos Aires y dictar talleres de escritura ficcional sobre temas tan abstractos como el tiempo y el recuerdo. Su obsesión es el mar (la Mer) y lo que representa en su metáfora profunda, ancestral y femenina. Concurre a todas las milongas de la Ciudad Mayor y allí se entremezcla con los bailarines argentinos, con los que aprende y quedan sorprendidos a la vez porque, ahora dicen, reúne características de profesional.
MALINA bailó el tango, varios tangos y milongas. En un descanso de la sesión de fotos, que siempre acompaño con música, jazz por lo general, puse a girar viejos discos de tango, y nuevos también, intérpretes y temas de todas las épocas. Malina se prendió sola. Pidió calzado, se puso un par, y bailó. Luego otro par y bailó más. Después, tomó los suyos, rozados en tantas milongas porteñas y se deslizó hacia la ausencia y la entrega. Olvidó mi presencia y me hizo el más grande tributo que una mujer joven y hermosa puede hacerle a un varón masculino veterano: bailó desnuda para mí, media hora, tal vez una hora, ante mi mirada de maravilla, sentado en el suelo, la espalda contra la pared, abriéndole camino de muebles para que pudiera girar y girar y no se detuviese. Nada la detuvo, ni el clic de la cámara y menos el tiempo que fluyó con su cuerpo desnudo junto al compás y la melodía tangueras. En admiración, entre sorprendido y sereno, solo la felicité al terminar y ella, apenas, me sonrió suavemente. Días después, por carta (mail) le conté la lenta elaboración de su milagro en mi fantasía e imaginación, creíble solo porque se registró en imágenes. Humilde, con esa escritura igual a su voz baja y casi frágil de piba fuerte, me contestó que la agradecida por toda la eternidad era ella por haberla dejado bailar desnuda con inmensa seguridad, con una tranquilidad infinita y una ilimitada libertad que muchas veces había soñado y solo ahí, para mí solo, pudo cumplir. Y sí, los milagros ocurren. Hace falta solo inocencia y creer en ellos. (AMILCAR MORETTI, 10 de enero 2014)
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Juan D´Arienzo
El Esquinazo
jcptango
Subido el 29/09/2011