MIS TRABAJOS Y DÍAS

SUTILEZAS CRUELES PARA SUICIDAR A UN ESCRITOR: GABRIEL BÁÑEZ. A siete años de la publicación de “Cultura”

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GABRIEL BÁÑEZ, a siete años de la edición de “CULTURA”, uno de sus textos antes del final, en el 2009, por decisión propia, en su momento mayor de logros y reconocimiento en cuanto a escritura.

Escribe
AMÍLCAR MORETTI
Jueves 9 de enero 2014.
Madrugada en La Plata.

                A siete años de uno de sus últimos y principales libros, “Cultura”, una sardónica y veraz ficción sobre la función que muchas veces asigna a los escritores y hacedores de la cultura escrituraria la cultura oficial -o gubernamental -con frecuencia no peor que la que por lo común adjudican lo privado y la industria editorial, y claro, también, la sociedad toda-, me encuentro con una crítica aparecida en el diario Página12 de Buenos Aires el domingo 5 de noviembre del 2006. Tres años después, Báñez se suicidó a los 58 años. Tenía hasta ese momento más de una docena de novelas y libros publicados por editoriales importantes de Argentina y del mundo, como Mondadori en el caso de “Cultura”.

                            Báñez repetía que no le interesaba integrarse a la “cultura central” de los escritores de la ciudad de Buenos Aires que -al menos, una parte de ellos- son los que suelen tener “prensa” y mayor difusión nacional y extranjera. Nunca le creí del todo y en notas anteriores lo dije aquí (en el Blog amilcarmoretti.wordpress.com). Siempre pensé que era una especie de notable desprecio hacia él y otros, habitual por cierto, pero no por eso menos doloroso, que duele como “ninguneo” (hacerte “NINGUNO”), esa técnica de convertirte en nadie y en nada, de transformarte en no existente, descalificarte o sumirte en una notoria indiferencia de los demás que, en casos, termina por hacer dudar de la propia existencia, del propio ¿soy? O: ¿estoy pero no Soy? ¿Soy?

                       Hoy consigno la crítica elogiosa que un columnista del suplemento-revista Radar del diario Página12- publicó en fecha más abajo mencionada. Ya he contado que mi relación, no asidua, con Gabriel no era precisamente fluída. Los dos, creo, hacíamos lo posible, a veces involuntariamente, para que no lo fuese. Yo, reconozco, no soy el príncipe de la simpatía. Él tampoco lo era, conmigo, al menos. En los últimos años le “iba bien”, había logrado muchas y bastante difundidas ediciones y en lo material se lo advertía tranquilo, en moderada buena situación, y menciono esto porque no suele ser una circunstancia que acompañe a los escritores profesionales argentinos, al menos en cuanto a vivir de la escritura. Báñez era director de la editorial comunal de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires (la principal y más grande de Argentina).

En el 2006 se rió de sí mismo, de la cultura entendida y ejercida por funcionarios de gobierno (que suelen tener “ninguna relación” con alguna forma de cultura activa: escribir, pintar, esculpir, componer música, ser diseñador de producciones multidisciplinarias o ejecutores de intervenciones o performances. Nada. Nada de nada. Toda la década del noventa del siglo XX, la década del cavallo-menemismo fue de desprecio y denigración a la cultura y los hombres de la cultura activa y crítica, y no porque no se destinara dinero a ese sector. Al contrario. Pero el desprecio parecía notarse más aún con dinero.

               Esto, pienso, a la larga lo debe haber afectado a Báñez en los núcleos básicos y constitucionales de su forma de ser, nacer y vivir. Algo pasó, algo logró y vio que no era lo supuesto, algo no pudo lograr en lo existencial o en el nombrar las cosas y seres, algo advirtió que no valía la pena, algo lo completó de hastío y, de pronto, sin que nadie lo supusiera y nada lo hiciera prever, se suicidó. Recuerdo haber leído una “leyenda” sobre que se había disparado un tiro en la noche sentado en Plaza Moreno, de las principales de La Plata. Pero, entiendo, eligió la intimidad de su hogar -construido en gran parte con sus propias manos- para colgarse de una viga.

                        A Báñez no lo olvido y -repito-, no porque nos viéramos seguido o congeniáramos de modo fluído. Los dos trabajabamos -yo continúo- en la misma empresa periodística, en mi caso desde muchos años antes (desde 1968 a 1974). Él ingresó en un momento en que yo no estaba empleado allí.  Cuando se suicidó creo que la ciudad no se conmovió. Sí, los amigos y gente de la cultura “crítica”, por llamarla de alguna forma.   Después, creo, en general se prefiere no mencionarlo. Suele suceder con los que se suicidan. Salvo, en casos especiales, con figuras de la farándula o el espectáculo muy masivas, otra forma de la cultura. En este sentido, involuntariamente la sociedad le ahorra otra denigración a Báñez. O se acobarda más.

                      Con “Cultura” tengo una cuestión, no sé si de culpa, creo que no. Sí una cuestión de vergüenza. Yo había visto su libro recién editado en una librería de la calle 7 entre 48 y 49, ya cerrada, cuyo nombre no puedo recordar.  Lo había hojeado de arriba abajo, de adelante para atrás, de atrás para adelante, había leído fragmentos, pero no lo compré. Al poco tiempo, por alguna razón nos comunicamos con Gabriel y, para halagarlo, lo felicité por su nuevo libro y, por infortunio, le dije que lo había visto en las librerías. Él, seco, cortante, con razón, me contestó: “No lo veas. ¡Comprálo!”  Como disculpa o explicación, le dije la verdad: “Gabriel, ¿sabés qué sucede?” “A ver…”, me dijo a la espera de una agresión u otra desafortunada intervención mía. No, le dije la verdad, que debe haber caído como un plomo: “Gabriel”, le detallé, “hace años que no leo novelas ni ficción. Dejé de hacerlo, creo que a finales de los años 70. Desde ahí, salvo algunas pocas excepciones, leo sólo ensayos con la ilusión de encontrar la verdad. Algo ilusorio, por supuesto”, le aclaré al final.

                           Dijo aceptarlo. No le creí, pero dio a entender que lo comprendía. En todo caso la mía fue una manera de decirle que no lo leía, un argumento “aclaración” que golpea duro a un escritor. Y con ese recuerdo, entre otros muchos, es que me encuentro este miércoles 8 con el texto del diario porteño que recibe con elogios su novela de ironía y, porqué no, crueldad. Bañez era cruel, y quizás lo peor es que era cruel consigo mismo.

Bagriel Bañez, novelista, escritor, periodista, ex funcionario municipal en área Cultura. La Plata. Argentina. Nacido en 1951, se suicidó en julio del 2009.

  A continuación, el texto de referencia sobre su libro “Cultura”:

Diario Página/12
Suplemento RADAR
RADAR LIBROS
Domingo, 5 de noviembre 2006

GABRIEL BAÑEZ

EL OTRO, EL MISMO

Un escritor con doble personalidad devenido funcionario público le sirve a Gabriel Báñez para montar una sátira de la gestión cultural.

Por Osvaldo Aguirre

 “CULTURA”

Gabriel Báñez
Mondadori
192 páginas

               “Por su nombre, Ibáñez, y su doble ocupación como escritor y editor, el protagonista de Cultura parece un alter ego del autor (Gabriel Báñez dirige el sello La Comuna Ediciones, en La Plata). No obstante, el reflejo está distorsionado al máximo por vía del humor y del absurdo, e incluso el mismo juego de desdoblamiento es llevado a la exasperación. El narrador, en particular, plantea todo un caso de personalidad escindida, cuya piedra de toque es el rumor de una turbina de avión, por añadidura en suave descenso, donde escucha “el sonido constante del presente congelado”. Pero aquello que lo enferma es también lo que constituye su reserva de lucidez ante la imbecilidad y las variadas manifestaciones de cretinismo que lo rodean en su ambiente, el de la función pública.

                              “A diferencia de Dante Alighieri, llegado a la mitad del camino de la vida Ibáñez descubrió que “no había selva oscura, encrucijada, ni un sorete”, y dejando atrás su frustrada carrera literaria se convirtió en director de la Editorial Comunitaria Municipal, dedicada a publicar libros sanos y edificantes según ordenanzas y decretos ad hoc y con la supervisión de autoridades eclesiásticas. El narrador escribe ahora bajo el apremio de un enfermero, y su relato forma parte de un tratamiento intensivo y bizarro, que incluye además una múltiple provisión de medicamentos. El diagnóstico no remite a modelos literarios: no se trata de una escisión como la de Jekyll y Hyde, de la locura romántica ni del patetismo borgeano, “esa desgracia balbuceante de no saber quién escribe esta página”. Siendo uno, son dos Ibáñez, y tienen sus diferencias. Por ejemplo, uno se reconoce en el escritor, aunque fracasado, antes que en el editor; el otro, por su parte, se reconoce en el escritor, aunque fracasado, antes que en el editor. No es sólo un chiste; el doble, esa figura construida por la literatura y la psicología, cae también bajo la parodia que da el tono general de la novela. Porque el otro es aquí uno idéntico, y al pie de la letra.

                   “Ese cuadro notable de esquizofrenia supone el punto de vista desde el que se observa la intimidad de una gestión cultural. Un cambio de autoridades es el pretexto para que ese mundo comience a desplegarse ante la mirada corrosiva de Ibáñez. Personajes y acciones son retratados muchas veces en términos desmesurados, pero el delirio que va regulando el relato no los hace menos concretos y reconocibles, al contrario, como se ve en el modo en que un político capta cierta demanda del público (“estas bostas humanas quieren cultura”) o en la descripción que hace un conferencista de su auditorio (“cuarenta viejas de mierda que lo único que necesitan son kilómetros de pija”). Al margen que algunos nombres grotescos apenas disimulan las alusiones a escritores conocidos, la clave parece estar en la irrisión de estereotipos prestigiosos o instaurados por la costumbre. Los discursos pretendidamente técnicos, la charlatanería disfrazada de autoayuda o filosofía y la adaptación de métodos y términos empresariales son los signos reveladores de los lugares comunes y las cáscaras vacías consagradas como objetos culturales. En ese marco donde las palabras pierden su sentido, niegan la realidad o se vuelven solemnes, los comentarios de un encargado de maestranza resultan brutales, pero suenan casi como la única voz sensata. Y por eso, ante “la extrañeza sorda de la vida diaria”, la inquietante turbina que escucha Ibáñez es un rumor de vida, un desarreglo que en definitiva se vuelve saludable, porque lo rescata de la mediocridad.

                   “La actitud dominante en ese mundo es la simulación. Funcionarios que encubren su pasado en gobiernos de facto con parrafadas políticamente correctas, presidentes de entidades de escritores incapaces de redactar una línea y reaccionarios reciclados en dudosos exilios son algunos de sus representantes más visibles. Gabriel Báñez desmonta las imposturas a través de la deformación, y así consigue dar una imagen fiel de la cultura. Y mucha risa.”

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2307-2006-11-05.html
Página/12

GABRIEL BÁÑEZ 

BIOGRAFÍA
http://trabalibros.com/autores/i/3005/56/gabriel-banez

Gabriel Báñez nació en 1951 en La Plata (Argentina).

 “Fue uno de los novelistas platenses más reconocidos, sus obras fueron bien recibidas por la crítica a nivel nacional e internacional. Era un escritor de formación intelectual autodidacta muy amplia, movido por sus intereses que abarcaban la historia, la filosofía, la política, el cine y el psicoanálisis. Trabajó como columnista a cargo de la sección literaria en el diario El Día durante décadas y dirigió la editorial de La Plata llamada “La Comuna Ediciones”, donde dio la primera oportunidad de publicar sus obras a autores noveles.

 “Sus novelas se caracterizan por saber expresar los sentimientos populares de sus compatriotas, logrando una escritura con un estilo característico, no exenta de provocación e ironía. Enseñaba a otros el arte de la escritura en su taller literario de La Plata.

 “Recibió varios galardones, entre los que destaca el Primer Premio de Novela Letra Sur con su libro “La cisura de Rolando”. Es autor de las novelas “Parajes”, “El Capitán Tresguerras fue a la guerra”, “Hacer el odio”, “Góndolas”, “El curandero del cuarto oscuro”, “Paredón, paredón”, “Los chicos desaparecen”, “El circo nunca muere”, “Octubre amarillo”, “Virgen”, “Cultura”, “La Venus de papel” y “Cuentos argentinos contemporáneos”.

 “Gabriel Báñez se quitó la vida en La Plata a los 58 años.”

Obras principales:

– Octubre amarillo

– Cultura

– Paredón paredón

– La cisura de Rolando

– Los chicos desaparecen

– Virgen

CITAS, FRASES, DECLARACIONES Y POÉTICA:
– “La literatura es inamovible. A mí me interesa la escritura, que es algo vivo, anárquico, tumultuoso”.
– “En realidad los escritores somos todos provincianos”.
– “Sobre la literatura uno puede establecer cierto canon, lo que es la academia y el mercado, esa tensión. Pero a mí me importa la escritura. Y en la escritura, en el campo del lenguaje, creo que nadie es secreto. Creo que todos decimos apenas lo que podemos decir”.
– “No reniego de las contaminaciones que puedo tener o recibir. Al contrario, me parece que es todo parte de un proceso posterior de síntesis”.
 – “Escritura es todo. Madre es lenguaje, padre es escritura. Llegamos al mundo y ya tenemos un lenguaje que nos espera, nos recibe, nos acoge. Escritura es el proceso de producción posterior”.
 – (Sobre su blog) “Es una contaminación maravillosa, y es un elemento que se va nutriendo de voces que van ingresando. Ahí a veces se hace mucho más palpable la escritura. Es más provisional. Y eso me encanta”.
 – “Cada vez que un hombre muere, un secreto se queda para siempre sin desvelar”.

 Enviado por Alba Carramolino

 

2 Comentarios

  1. “Siempre estamos tarde de todas las cosas, del mismo mundo estamos tarde” escribió Báñez por allí…

    Serán los años… el poco margen que me queda para asimilar caras nuevas, entonaciones, incluso – por qué no- crueldades. No lo sé, pero sigo echándolo de menos cada vez que intento unir un par de palabras.

    Un beso

  2. Amilcar Moretti

    Te entiendo. Algo de eso creo que me sucede a mí también. El poco margen que a uno -a uno- le queda, poco a poco, o de golpe, para absorber nuevas crueldades. Si ese fuera el caso, nos ocurre al revés que a muchos, en los que noto un margen amplísimo, flexible y consentido para incorporar todo tipo de crueldades novedosas y originales. Acaso sea condición humana. La condición humana, o parte importante de ella. No quiero decir que el odio y la muerte son más fuertes, pero sí sé que -al menos ahora- Fito Páez no tenía razón: El amor no es más fuerte. Y eso tanto que reconozco no excluirme: he descubierto en mí otras crueldades, quizás pequeñas, que me desconocía. Es inmensurable la capacidad de nosotros humanos para ser crueles y hacer daño y ser indiferentes. Dicen que lo contrario del amor no es el odio sino la indiferencia. Puede ser. Gabriel, Gabriel… tal vez se dio cuenta que lo que se le venía no lo iba a poder soportar, o que para lo suyo propio no valía la pena soportarlo. Hizo la cuenta y tomó la decisión. Yo no estoy para eso, pero sí me sorprendo con la crueldad, a veces también mía, chiquita al lado de las barbaries y de los bárbaros que andan sueltos tras horrencias innombrables. Pero me es todo un trabajo continuarla; no me va mal, pero me gustaría surfear en una playa dorada y grandes olas con chicas hermosas, nereidas.
    Un beso.
    Amilcar

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