Por AMILCAR MORETTI
Madrugada del jueves 24 de agosto del 2017
Argentina
Dentro del mercado de la industria de la moda y de la publicidad, en la sociedad post-capitalista del «porno-puritanismo» de este argentino y mundial «totalitarismo corporativo plutocrático» (1) si no apareces desnuda -al menos en los países llamados desarrollados- como mínimo una vez por año, entonces el público suele bajar su interés en las estrellas (stars). Muchas veces, el pretexto legitimador es la vulgar «moral fitness«: dentro de la misma es ocasión muy común para hacer desnudez -con imprescindible erotización estetizada (o no)- publicitarse sin ropas unos meses después de haber sido madre. Ser madre parece justificar muchas cosas en una sociedad en que la regla es la compra-venta, regateo y oferta-demanda del mercado.
Es el mercado de las relaciones humanas en las que la erotización y la sexualización tienen más que ver con lo utilitario que con la creatividad y recreación propia del imaginativo placer que puede prover el cuerpo consciente. Entre numerosas referentes del estrellato de las industrias de la moda, la televisión, la publicidad y el cine, traigo a KIM KARDASHIAN (1980), una presentadora de televisión (y empresaria de sí misma y otros negocios) afamada en Estados Unidos por sus frivolidades y opulencias latino-morenas (en verdad es estadounidense de ascendencia armenia).
(1) Leer la más que reflexiva nota de E. RAÚL ZAFFARONI, jurista, criminólogo, ex juez, ex integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina, profesor emérito de la Universidad Nacional de Buenos Aires que lleva por título «EL TOTALITARISMO CORPORATIVO PLUTOCRÁTICO» en la edición del pasado 12 de agosto del diario «PÁGINA12″de Buenos Aires.
https://www.pagina12.com.ar/56041-el-totalitarismo-corporativo-plutocratico
Claro, lo central de mi nota es una de mis modelos, DIANA, altísima corporalidad de piel almendrada con una casi contradictoria notable vulnerabilidad y hasta timidez en su manejo externo a las sesiones de fotos en desnudez. A propósito: durante muchos años he contratado numerosas actrices y bailarinas que, manejándose en la escena independiente, under o alternativa, reclaman ocultar su nombre con el siguiente argumento: «No quiero hacerme famosa por aparecer desnuda». Detalle no solo de la sanción hipócrita de una cultura mirona y exhibicionista mercantil, que fomenta la venta de sexo al tiempo que no perdona la desnudez en registro de expresividad. Es la misma cultura que estimula, en cambio, el erotismo berreta de las «revistas de hombres». Es la grasada del mercado y su miseria del sexo, la degradación de la vida erótica sustituída por el dinero.
Puede ganarse fama con un video casero de fellatio y así casarse con un rústico y new rich futbolista, y eso resulta justificado culturalmente y hasta estimulado en el contexto familiar. En cambio, si se es una buena actriz, pero desconocida (y aún, en algunos casos, conocida), el desnudo –aún en registro expresivo– es inasumible por razones de culpabilidad internalizada por la propia modelo-actriz y a la vez mirado de reojo por buena parte del resto de la escena que parece guarda seriedad solo con ropas, salvo obra experimental o director prestigioso en el corrillo intelectual.
Repito: grandes actrices como Charlotte Rampling y Tilda Swinton hacen los desnudos que desean siempre, aún ya maduras; claro, la coraza acaso sea la consagración y confort ya logrados. Pero en ellas desde el comienzo fue así. En cuanto a las supermodelos internacionales todas hacen más sesiones de fotos de desnudo con creadores prestigiados que desfiles de pasarela: desde Candice Swanepoel a la aniñada Cara Delevigne, de Lara Stone a Karlie Kloss, de Abbey Lee Kershaw a Kate Moss, y una larga lista que no puede olvidar a cuatro desprejuiciadas de mi preferencia, siempre más allá con su espíritu «antiburgués», si es que el concepto aún tiene vigencia emancipadora: las inigualables y forzadoras de marcos Giancarla Boscono, Edita Vilkeviciute, Daria Werbowy y Malgosia Bela, dispuestas a mucho solo en buenas manos.
Otra pavada que suele repetirse por aquí es que lo de la frecuencia del desnudo de tapa y página central tiene que ver con el monto del pago a recibir. «¿Pero cuánto le pagan a ellas?», es la pregunta desinformada que suelo escuchar. Es una pregunta que denuncia en quien la hace aquello que dice o pretende evitar: ser considerada una puta por hacer desnudo. Lo que actúa en verdad en estos casos puede atribuirse a una autoculpabilización que contraría el deseo de mostrarse, cuando este existe, claro. ¿Les pagan mucho a las modelos ya exitosas? Bastante, mucho, sí, es cierto, pero dentro de un paquete que incluye otras obligaciones y exclusividades, dependencias y condicionamientos.
Pero en estos casos europeos o en algunas grandes ciudades asiáticas el que paga no es el fotógrafo, como en mi caso, que no hago jornadas enteras para vender sino para mostrar mi mirada expresiva, y dramática, si la alcanzo o logro. En la industria de la moda son las grandes corporaciones las que pagan a las modelos, que firman contratos con habilitación de desnudos, según cada caso. Un gran negocio que incluye a los diseñadores, las publicaciones, la publicidad, las marcas, los estudios, directores de arte, iluminadores, maquilladores, todo el elenco de técnicos y…y… incluye al fotógrafo como figura central. Tanto que suele ser la modelo la que elige a su fotógrafo como condición indispensable para la sesión, favor que se devuelve cuando un fotógrafo trabaja para un diseñador solo si la sesión se hace con tal o cual modelo, y lo mismo con ambos de parte de los grandes diseñadores de indumentaria, en un trípode que actúa de modo mancomunado más de lo que se sabe. Una mano lava la otra.
Para quien recién comienza la situación es otra: suele ser el fotógrafo quien la presenta haciéndola conocer con sus imágenes. Esta asociación íntima, retribuída, de ida y vuelta, de intercambio, afectiva o no, se repite casi siempre: fue Mario Sorrenti, un fotógrafo caro (ahora) pero no diferenciado en su nivel, quien con sus imágenes impuso por ejemplo a Kate Moss con su célebre campaña para Kalvin Klein, todo un ícono en su época. Una estética que pegó bien y tuvo, debe reconocerse, su acierto en la publicidad por el uso del blanco y negro en variante erotizada light.
MAS KIM KARDASHIAN (imágenes -casi todas- publicadas originalmente en la revista GQ de Gran Bretaña y Estados Unidos, en el 2014 y 2016)