OTROS Y OTRAS

LAS HIJAS DEL PORNO (CINE). Escribe Amilcar Moretti

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HIJAS DE UN FUEGO QUE NO RELATA. PELÍCULA PERRA QUE SE MUERDE LA COLA

 

 

 

Escribe
AMILCAR MORETTI

                     

         ¿Sería este un relato pos-porno? “Las hijas del fuego”, filme argentino estrenado hace poco más de un año. ¿Una reescritura porno sobre el género pornográfico? ¿Una sobre-interpretación? ¿Una desarticulación-desconstrucción del género -califican- machista? ¿Una exposición meta-lenguaje, meta-porno? Se sabe, el tan criticado porno es una proclividad efectiva, en principio, de género masculino -en el porno hétero- para público -en principio, también, tal vez- masculino. Y  porno gay, hecho por varones. La crítica convencional señala en el transcurrir porno común, señala, repito, la conversión de la mujer en puro cuerpo, en cuerpo-objeto. Lo dice también Carri, la directora. Mercancía en el mercado de las relaciones genitales, solo que en el género porno -por lo general- para el público no hay vínculo genital real con otro/otra. Puede ocurrir ese vínculo que se traslada de lo ficcional o lo rela. El porno-estímulo.  Desde allí, aquí las mujeres-actrices en estado porno -son solo ellas- podrían ser interpretadas y convertidas en objetos, objetos también, sin quererlo, por la directora, Albertina Carri, y por su público. La descosificación no es una cuestión de querer (descosificar). La mirada femenina también en el cine, en el género, objetaliza, cosifica. La mirada, el tipo de mirada hace las cosas, los objetos. Esto, en especial, en cine, el cine porno. Paradójicamente, aquí no tanto para varones masculinos hétero como para mujeres-espectadoras, seguramente lesbianas, o curiosas de lesbianismo. La mirada mujer lesbiana cosifica a la lesbiana de ficción. Así, parece no poder escapar de las obligaciones de objetualizar el cuerpo de mujer. La irrupción que podría llegar a ser un cuerpo gordo -deseante, deseable- no es disruptiva. A los minutos, un espectador de cine avezado, la acepta. El tema es que el filme llega a un punto en que se muerde la cola. Como indagación, si esa fue la intención, no hace escena ni drama, menos tragedia. Se reitera. La “orgía” se presenta como “aburrida”, aburre al espectador, se repite el relato. No se vive en orgía. Y en todo caso, el relato de cine no sobrevive en orgía, al menos en orgía reiterativa. Los tipos, confiesan, se aburren, en el público (o bien se ponen en fascistas ambivalentes). Se aburren, dicen, y es probable que sí y tienen sus buenas razones. No por falta de penes, o sea, de masculinidad hétero en varones presentes. O varones homosexuales. Hay “penes”, pero son dildos, “consoladores”. Sinécdoque pura. Metonimia. La parte por el todo. El dildo por el pene. El varón está en el dildo, en el artefacto, “juguete”, prótesis. El varón en la mujer. En lugar de la bombachita sucia que huele el fetichista, el dildo de doble penetración y el arnés para que una mujer haga de hombre, es decir, de pene, según esta reducción práctica (más allá de teorías).  Hombre-pene, reducen. Pero, aquí lo que no hay son varones, precisamente. Aburre, me pasa con la película, pero aburre también en la vida real, la orgía, digo. La orgía es aburrida, funciona bien solo en fantasía.  Tampoco es Pasolini y su Saló ni aquella “alegría” del cuerpo sexuado que suponía celebrar el italiano. ¿Que Albertina Carri busque romper un molde? No, o no le alcanza. Se queda afuera. El porno de Carri es el porno de hastío. Sus propósitos -que desconozco y no importan en cuanto a objeto-obra cinematográfica-, no se hacen relato, tampoco atmósfera, “clima”, connotación, sugerencia sobre otra cosa. La larga masturbación de la secuencia final es reveladora: el sexo masturbatorio aburre. O mejor, da cuenta del hastío. La personaje(a) se masturba por hastío, eso es lo que se percibe. Y el hastío y el vacío se transmiten fuera de la pantalla. Sale de la pantalla. No hay nada que sacuda la modorra, la estantería, salvo quizás cierto goce onanista en algunas de las actrices mientras actúan, notable en labios y caras sanguíneas. A Bergman en una de sus películas le bastaron unos segundos para hacer clima y tensión con una de sus más conocidas actrices en masturbación, centrándose en el rostro y la expresión, y poco más. Al macho machista el filme-Carri lo repele. Le suscita odio (dudo de las virtudes de este resultado final en el machismo represor, en acecho. Políticamente, hoy patea en contra). Al público femenino, minoritario y de círculo, es probable que, por parte, se sienta “batida”, puesta en evidencia, y por (otra) parte se sienta justificado, naturalizado en sus gustos, identidades o fantasías homosexuales. Hace falta mucho más para romper el fuerte relato porno. Un film amateur hogareño improvisado puede resultar más dramático. En fin, que el hastío no es drama, aquí. Es hastío, solamente. Se sabe, el hastío no es una categoría estética.  Así, “Las hijas del fuego” carece de tensión, conflicto. No hay hecho dramático, menos tragedia. Como que no se supiera qué hacer con eso. Con ese mundo. Otra forma de la falta. Del faltante humano. Tampoco es el viejo Antonioni o Moravia con “La noia”. Esta carencia crucial es delatada por el dildo doble (vaginal clitórico-anal) y, al mismo tiempo, se denuncia a sí misma, Carri y su alrededor: la cultura es fálica. Y no hay vagina sin pene. Ni pene sin vagina. Puede haber útero y laboratorio de esperma frizado. Pero no testítulos. Como que ellas caen en su propia cavidad y la encuentran vacía. La gran ausencia del pene. Alguien manda, no obstante -la tecnología pasada por ciencia-, o sea, no ya las lenguas y dedos naturales sino el dildo de fábrica, seriado, económico o caro y de lujo.

 

 

 

ACLARACIÓN: La imagen del Home fue tomada de: https://premiosebastiane.com/2018/09/28/entrevista-equipo-las-hijas-del-fuego/

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