Los cuerpos saben, pero se niegan. Se desmienten. Al no saber que saben, al desmentirse los cuerpos dejan de ser cuerpos que saben (pero no saben que saben) y advienen como pura mercancía, fetiche terminal. El resto, mucho, descarte. El virus sabe. El virus como síntoma. El síntoma sabe. Parte de la destrucción, es resultado visible, exteriorización enunciativa y anunciativa de la destrucción que se quiere definitva. La enfermedad expresa, se expresa. La enfermedad es lo humano. La irregularidad, lo inarmónico es la intervención del humano (en busca de la tecnológica perfección, tecnocrática eugenesia). El hombre sin género. El humano des-generado. (continúa)
Lo natural intervenido, injerenciado, deja de ser natural (Naturaleza) por obra de lo cultural (Cultura), como consecuencia de la Razón, la razón instrumental, la razón técnica, se sabe. La Razón, la Cultura del Capital es intrínsecamente injerencista, intervencionista, tecnológicamente compulsiva. El Progreso maníaco, acaso irreversible, es un residuo particularmente histórico, situado culturalmente, que no redunda en crecimiento de la Cultura (el Humano) sino como destrucción mediante la disolución de la antinomia -lo binario, dirían en estos tiempos- entre Naturaleza natural y Cultura de lo humano. Un magma con ausencia de sujeto-subjetividad y con conversión totalizadora en mercancía fetiche. El virus puede como síntoma de un desborde -ya no importa si “natural” o razonado-torrencial que anuncia, adelanta y advierte sobre venires impensables, no único sino variados, diversos, paralelos. Están, ya aparecen. Eso sí, no cuenta con todas las variables azarosas y de instalación mundial. Sus antagonismos, también impensables.
AMILCAR MORETTI