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de ERÓTICA DE LA CULTURA
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Escribe
AMILCAR MORETTI
Insisto en las implicaciones reaccionarias de ciertas tendencias feministas que han calado hondo en académicas y profesionales mujeres. En pos de defender -de modo discutible- la no mercantilización del cuerpo de mujer terminan por negar el derecho de toda mujer a poner en práctica las cualidades y poder de seducción del cuerpo, gestos y actitud femeninos. Al respecto ha hecho alusión el pensador Slavoj Zizec. Para el caso del arte, se trata de aquello de que «el erotismo como consumo cultural evidencia violencia simbólica» (1). En suma, con este criterio habría que censurar, prohibir y sacar de circulación los cuerpos que trabajan en situación de desnudez para artistas o espectáculos varios. No existirían de este modo las representaciones del cuerpo femenino (¿y el masculino?) de la Grecia Clásica, donde se originó el modelo de democracia. Para este criterio represivo propio de pequeñas burguesas con actualizaciones apresuradas y repetidas en materia de «teoría de género», existe de por sí -siempre- una victimización de la mujer que trabaja con su cuerpo. Es victimarizar de modo ineludible por la sola condición de mujer: yo te victimarizo, casi imperativo.
Las posiciones al respecto son antagónicas y dan la impresión de no poder eludir antagonismos similares a los planteados con la prostitución como trabajo o venta del cuerpo de mujer como objeto. Los intentos de frenar la prostitución mediante una minuciosa represión fallaron en la Cuba socialista y recientemente Suecia reconoció que sancionar al cliente no disminuye la prostitución cuentapropista. Lo que sí puede hacerse, en este caso, es sancionar el proxenitismo, tráfico de mujeres, niños y también hombres (la antigua «trata de blancas», concepto de racista) a efectos de una moderación y control que, al parecer, no condice con la idealización abolicionista.
En el mismo contexto de contradicciones antagónicas -en términos maoístas- se ubican aquellos que proponen que todo trabajador, en el capitalismo, vende su cuerpo o fuerza de trabajo. Es decir, todos son prostituidos. El tema incluye aspectos sutiles o no tanto, como la espectacularización -o no- del cuerpo de mujer a efectos de mayores beneficios a la hora de las uniones matrimoniales. Hay aquí también prejuicios clasistas y de vinculaciones solo dentro de una misma condición social. Para complejizar la cuestión, ahora, al parecer, la venta de servicios sexuales aparece ya con tendencias a la robotización o al intercambio virtual digital. De cualquier modo, lo que se advierte en algunos feminismos blancos es una restauración coincidente con visiones ultramontanas de la sexualidad y el erotismo. En suma, la tan alertada y visible hoy muerte del «amor romántico» y el «erotismo».
Modelo: Florencia Davidovich.
Febrero del 2014.
(1) «El erotismo como consumo cultural que evidencia violencia simbólica». Carolina Serrano-Barquín y Patricia Zarza-Delgado, del 2013.
https://www.redalyc.org/pdf/461/46128387006.pdf