¿Qué se podría esperar (N. del A. Blog: alude a la lectura de la inmensa cantidad de literatura impresa en papel) si leer un uno por ciento de los libros que hay (solamente) en Internet llevaría innumerables vidas? (Esteban Magnani, pág. 43 en «Flotar sobre el conocimiento», Buenos Aires 2012, VER ABAJO). Un día, hace pocos días, lograron abrumarme, no cada uno y así en lista hasta ser más que muchísimos, sino en bulto. Los libros, digo. El bulto me abrumó. Parte de la biblioteca, y de la hemeroteca, y de la fototeca, cinemateca y mi pequeña porción de musicante. Lo resistí, el asedio, digo, meses y años, dos o tres años, encima mío, alrededor mío, hasta que comenzaron a brotar por el piso, en pilas, y sobre la cama. Para que entrase el amor durante un año o más tuve primero que correr a sacar las pilas y colocarlas sobre las sendas de la casa. Pero al almorzar o cenar, comenzaron a caerse sobre el plato. Y los diarios se multiplicaron como en conejera. La primera conejera, los libros. ¿Se pueden leer todos? No, claro. Pregunta boba. Algunos los he leído dos o tres veces, cuatro. Hemingway, Gatsby, «El jorobadito», cuentos de Borges y Cortázar, poemas de Tuñón (Raúl), Gelman, Quijote, «El miedo a la libertad», escritos de estética de Lukács, los ensayos sobre literatura de Viñas, y así. ¡Ah!, Henry James (imprescindible). ¿Y entonces? ¿Entonces qué? Hacen falta varias vidas, pero ahí están, son la marca de la vida elegida. Cada vez más leo en fragmentación, voraz por partes abundantes que abondono y cojo otra lectura, diez o doce a la vez, a veces a lo largo de uno o dos años, y escribo (¿de todo? No, no se puede, ni se sabe, de todo), y escucho jazz (¿todo el jazz? No, más quisiera, pero repito siempre algún tema de Davis y Coltrane). Y tango (¿todo Fresedo? No ni siquiera eso. Me detengo en la repetición de uno). Además, ganarse los pesos y vivir, tomar sol, curarse, el amor, fotografiar, el mirar (¿mirar todo? No, ni así. No se puede mirar todo. ¿Cómo haría para estar al mismo tiempo o sucesivo en todos los lados y mirar todo de todos los lados? Los libros. Ordenar los libros. Una parte. Pensé en dos, tres o cinco días. Hace veinte y creo que tengo para bastante tiempo más. (AMILCAR MORETTI)


«Resulta desconcertante imaginar los muchos siglos anteriores a la invención de los lentes, durante los cuales los lectores entrecerraban los ojos para abrirse camino a través de los nebulosos arrabales de un texto, y conmovedor imaginar su extraordinario alivio, una vez que fue posible disponer de ellos, al ver de repente, casi sin esfuerzo, una página escrita. Una sexta parte de la humanidad padece miopía; entre los lectores la proporción es más alta, casi el 24 por ciento. Aristóteles, Lutero, Samuel Pepys, Samuel Johnson, Alexander Pope, Quevedo, Wordsworth, Dante Gabriel Rossetti, Elizabeth Barret Browning, Kipling, Edward Lear, Dorothy L. Sayers, Yeats, Unamuno, Rabindanath Tagore y James Joyce tenían problemas de vista. En muchos casos la enfermedad empeora y un número notable de lectores famosos se volvieron ciegos con el paso del tiempo, desde Homero y Milton hasta James Thurber y Jorge Luis Borges. Borges, que empezó a perder la vista poco después de cumplir los treinta años y a quien en 1955, cuando ya no veía, nombraron director de la Biblioteca Nacional de Buenos, comentaba acerca del peculiar destino de un lector al que le falla la vista y al que un día se le concede el reino de los libros:
«Nadie rebaje a lágrimas o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.»
(págs. 301 y 302 de «Una historia de la lectura» de Alberto Manguel, ed. Emecé, Buenos Aires, 2005)

